Vélez Magazine

Basualdo 463, un domicilio histórico

En la reunión de Comisión Directiva del 9 de Diciembre de 1921, el Presidente Esteban Aversano informó que las tratativas iniciadas para emplazar la nueva cancha se encontraban bien encaminadas y había un principio de acuerdo con los propietarios de la manzana delimitada por Basualdo, Schmidl, Guardia Nacional y Pizarro.

El boceto diagramado indicaba que el campo de juego ocuparía las tres cuartas partes del terreno, dejándose un sector del mismo, sobre Pizarro, destinado a infraestructura para desarrollar otras actividades. La famosa tribuna, orgullo de la época y modelo en su género, con el clásico techo inglés a dos aguas y el sólido esqueleto que soportaba los tablones, quedó terminada en noviembre de 1923.

Los firmantes del acta fundacional del Club, reunidos en el domicilio de la familia Marín Moreno, tenían como objetivo primario la obtención de un terreno apto para la práctica del fútbol, motivo excluyente del flamante nucleamiento. Entre todos los baldíos existentes en la barriada decidieron asentar la primera cancha en una manzana trapezoidal comprendida entre Ensenada, J.B Alberdi, Mariano Acosta y Convención. Apostados ya en tan precario predio, para cambiar sus ropas debían ocultarse detrás de los árboles y al propio tiempo colocaban los postes que hacían las veces de arcos que retiraban finalizado el partido en prevención de eventuales saqueos. No terminaban ahí las tareas de los dirigentes, también debían ocuparse de la administración de los escasos bienes con que contaban, de la organización de encuentros frente a otras entidades y de manera muy especial al cuidado del campo de juego, marcando las canaletas que delimitaban el terreno y extirpando las malezas que brotaban constantemente.

 

Con el ingreso de nuevos asociados y debido a las exigencias que imponía la Federación  a la que estaba afiliado, Vélez Sarsfield necesitaba de manera imperiosa ampliar su infraestructura, por lo que en 1913 trasladó su sede a la denominada quinta de Figallo,  cerrando contrato por dos años con opción a una tercera temporada. El solar estaba delimitado por Tapalqué, Escalada, Chascomús y Guardia Nacional, y tenía la ventaja de poseer un molino de viento, elemental accesorio para la extracción de agua. El acarreo de los arcos y la casilla que servía como vestuario estuvo a cargo de los miembros de Comisión Directiva, que recorrieron a pie las 15 cuadras que mediaban entre uno y otro lugar.

 

La necesidad de mayores comodidades motivó a las autoridades, a mediados de 1914, a analizar la posibilidad de una nueva mudanza, decidiéndose el arriendo de una fracción de tierra  ubicada detrás de la estación de Villa Luro, entre Cortina, Bacacay, Víctor Hugo y el arroyo Maldonado. El propietario apellidado Vaccaro ofreció la finca, rodeada de huertas de verduras, por un lapso de dos años con opción a otros dos, propuesta que fue aceptada después de arduas discusiones.

 

Otra vez resultó sumamente engorroso el desplazamiento de las humildes instalaciones y además del esfuerzo en el movimiento de las mismas quedó una importante deuda con el Sr. Figallo que el Club se comprometió a pagar en un plan de cinco cuotas.

Situados en el nuevo destino en 1915, se decidió el emplazamiento de bancos para los espectadores, se embellecieron con jardines los alrededores, y sobre los inestables cercos laterales se añadieron arpilleras para evitar el espionaje de los partidos de parte de los numerosos curiosos que no querían o no podían pagar su entrada. Al año siguiente se reemplazaron los postes de la meta, se procuró una buena cantidad de carbonilla para subsanar el problema de la embarrada periferia y se adquirieron chapas de zinc para cubrir la parte trasera de la casilla-vestuario ante la queja de los vecinos/as que solían observar a los jugadores completamente desnudos.Las buenas campañas de los representativos, el creciente caudal de socios, y el acostumbrado alquiler de la modesta canchita para eventos empresariales o fiestas populares, hicieron que los dirigentes proyectaran su pensamiento hacia un futuro de mayor grandeza. La semilla de un futuro estadio estaba sembrada.

 

En la reunión de Comisión Directiva del 9 de Diciembre de 1921, el Presidente Esteban Aversano  informó que las tratativas iniciadas para emplazar la nueva cancha se encontraban bien encaminadas y había un principio de acuerdo con los propietarios de la manzana delimitada por Basualdo, Schmidl, Guardia Nacional y Pizarro. Días después, se dio a conocer el borrador de un convenio con los hermanos López Bancalari, por el cual los citados alquilaban esa propiedad por un plazo de 10 años. Aceptadas las condiciones pautadas se redactó el correspondiente contrato que fue refrendado por los hermanos López Bancalari como propietarios, y los Sres. Aversano, Eduardo Ferro y Mario Harrington como locadores en representación del Club, que una vez otorgada su personería jurídica pasó a ser único titular mediante la correspondiente escritura. Dentro del acuerdo una cláusula obligaba a la construcción de la vereda, requisito éste que sería de vital importancia cuando se produjo el desalojo en el inicio de los 40.

 

Los trabajos para el montado de la tribuna se vieron demorados a causa de la falta de tierra para el rellenado de las adyacencias, que estaban repletas de zanjones y aguadas, y a los inconvenientes que planteaba la Municipalidad respecto a la línea de edificación. El boceto diagramado indicaba que el campo de juego ocuparía las tres cuartas partes del terreno, dejándose un sector del mismo, sobre Pizarro, destinado a infraestructura para desarrollar otras actividades. La famosa tribuna, orgullo de la época y modelo en su género, con el clásico techo inglés a dos aguas y el sólido esqueleto que soportaba los tablones, quedó terminada en noviembre de 1923. El día 20 se habilitó bajo su estructura, el buffet, los vestuarios, la piecita del canchero y la Secretaría. En esa jornada se efectuó la primera sesión de Comisión en local propio: Basualdo 436, un domicilio histórico en el fútbol argentino. El 16 de marzo de 1924 fue la fecha programada para la inauguración del estadio y River Plate fue el invitado a la fiesta. A las dos de la tarde la tribuna estaba totalmente desbordada de público, que ante la escasez de espacio se ubicó también sobre las barandas que circundaban las líneas perimetrales del terreno. El resultado final fue 2 a 2, y para Vélez anotó el delantero Ángel Sobrino en ambas oportunidades, convirtiéndose de ese modo en autor de la primera conquista en el reluciente escenario. Buenos Aires celebraba la inauguración de un verdadero santuario futbolístico.

 

Tres temporadas luego de aquel emocionante festejo inaugural se cumplió el anhelo de agrandar la capacidad del estadio llevándose cabo un ambicioso plan de armado de tarimas en ambas cabeceras sumándose éstas a una tribuna lateral ya erigida, quedando de este modo cerrado el recinto en sus cuatro costados con el agregado de una moderna puerta de ingreso por Guardia Nacional,-la primitiva se hallaba sobre Schmidl-, y nuevas boleterías. El 7 de diciembre de 1928 se enfrentaron en el campo de juego velezano la Selección Subcampeona Olímpica en Ámsterdam y un Combinado Nacional dando el puntapié inicial a los partidos nocturnos en nuestro país. El diario Crítica sintetizó en su crónica, ?Hubo 20.000 personas y quedaron 10.000 espectadores afuera. Jamás Villa Luro ha presenciado semejante espectáculo?. El éxito de esa jornada fue un estímulo para organizar partidos amistosos en épocas veraniegas que dejaban buenos dividendos en tesorería y fueron una constante en temporadas siguientes. En 1932, debido al buen andar del equipo en condición de local, nació el nombre que nos identifica aún en la actualidad. El periodista Hugo Marini, Jefe de Deportes de Crítica, bautizó al inexpugnable reducto velezano como ?El Fortín?. Era frecuente entonces recurrir a vocablos bélicos en referencia a las noticias de primera plana sobre la guerra entre Paraguay y Bolivia, donde siempre se anunciaba la caída de un fortín o la resistencia de otro.

 

La importancia de la cancha en el posterior derrotero de la Institución se ve reflejada en el hecho de que allí también dieron a luz los colores definitivos.Un tendero les ofreció a los dirigentes un juego de camisetas que no había sido retirado y pertenecía a un equipo de rugby. La rebaja en su precio era tan ventajosa que fue adquirido y la casaca blanca con la V azulada fue vestida por primera vez en Basualdo un 30 de abril de 1933. 

 

El 22 de diciembre del 40 se produjo el acontecimiento más lamentable de la vida del Club. Atónitos, los hinchas escucharon por radio las alternativas de un bochornoso partido entre Atlanta e Independiente que significaba, con la victoria de los bohemios y la caída de nuestro equipo ante San Lorenzo, el único descenso de categoría. Esta circunstancia generó un desbande masivo de socios y jugadores. Las deudas eran importantes y el desalojo de Basualdo era inminente. El Club se moría. Hubo que recurrir a un Amalfitani autoproscripto para salvarlo. El avaló con su patrimonio personal los compromisos pendientes, el más importante era la construcción de la vereda,- leer varios renglones mas arriba-, arrastró a los demás dirigentes a tomar similar conducta y comenzó la resucitación definitiva de la Institución. El 7 de diciembre de 1941 se concretó la denominada ?Despedida del Fortín?, una kermese con baile y entretenimientos que simbolizó el adiós al hogar velezano durante 18 años. Los socios que pisaban las pistas instaladas sobre el terreno de juego, asistían entristecidos y desolados al desmantelamiento del estadio donde comenzaron a vivar y alentar a sus primeros ídolos. En el césped, estaban frescas las huellas de las voladas de Caucia y Rotman, del empuje de Spinetto, de los goles de Sobrino y Cosso, de la fortaleza defensiva de Forrester y De Saá, de triunfos heroicos, de derrotas dolorosas. Una placa de mármol con una cubierta acrílica,- la original de bronce se la afanaron como sucedía con los arcos de Ensenada un siglo atrás-, es el único testimonio sobre la fachada de una fábrica abandonada que remite a la existencia de unas entrañables tierras donde se jugó fútbol profesional. El templo de Basualdo cerró sus puertas y luchó contra el estigma del olvido. El paso del tiempo no erosionó el recuerdo del emblemático estadio, su evocación mantiene la vigencia que solo se reserva a los verdaderos mitos. Al pasar por su descascarado frente, un silencio estremece y contrasta con el aliento y los gritos que el aluvión popular profería en cada domingo de fútbol. Soplaban nuevos vientos, José Amalfitani tomaba las riendas de la Institución y emprendía y trazaba, en medio de una crisis terminal, un recorrido de gloria sobre los retazos del querido escenario.

Pero eso? Eso es historia de otra historia.

 

Gabriel Martínez