Vélez Magazine

El Gran Capitán

Roberto Luis Trotta nació en Pigué,-localidad ubicada a 590 kms de la capital, principal colonia francesa en la Argentina. Llegó a Vélez en 1992 para con personalidad ponerse la cinta de capitán en su brazo; los mismos con los que se cansó de levantar trofeos para el club.

Luego de aquella proeza frente a Lanús, Trotta asumió un papel clave, crucial, en el andamiaje del equipo. Junto a Víctor Hugo Sotomayor se anexó al Departamento Médico del Club como cirujano, operaba sin anestesia, los adversarios temían encararlo, infundía miedo, respeto, y cumplía a rajatabla con un adagio o refrán que engrandece a un defensor y que nos trasmitieron nuestros mayores, ''Pasa hombre o pelota, nunca los dos''.

Roberto Luis Trotta se incorporó a Vélez, sin bombos ni platillos, en 1992. Su adquisición se sumó a una lista que integraban apellidos como Chilavert, Basualdo, Sotomayor y Pico. Su curriculum acusaba cinco temporadas jugando ininterrumpidamente en la zaga de la primera división de Estudiantes de la Plata, dureza en la marca, potente remate de derecha y buen cabezazo en las dos áreas.

 

Su comienzo vistiendo la camiseta velezana fue traumático y errático. El técnico de ese entonces, el desaparecido Eduardo Luján Manera, consideraba que el ?Coio? Almandoz,-según la visión del actual conductor de la Selección Nacional, el mejor líbero del mundo-, era el indicado para ocupar un lugar en el centro de la defensa y desplazó a Trotta a la posición de lateral derecho. Sin velocidad, ni buen manejo, los desempeños del defensor eran muy flojos, pálidos, tanto en la destrucción del juego del rival como en la edificación de maniobras eficaces para su equipo.

 

Hago un alto en la crónica, demasiado formal para mi gusto, para tratar de interpretar la idiosincrasia y la conducta del simpatizante argentino. Son pocos, quizás contados con una mano, aquellos que resisten un archivo o no recurren a mentiras o falsedades para comentar o recordar episodios futbolísticos del pasado. Y expongo un ejemplo, hoy 35 años luego de sucedido, el debut de Maradona fue presenciado por más de un millón de personas en una cancha donde a duras penas ingresaban mas de veinte mil, y otro ejemplo, ante recientes consultas a hinchas velezanos, nadie, parece haber asistido al estadio de Ferro la tarde que, unánimente, el público,-agrego a los escasos simpatizantes de Español y los ocupantes de los edificios linderos-, insultó y reprobó la actuación de Trotta, y ?El Cabezón? resultó el imán y el blanco preferido para las más variadas puteadas. El veredicto era contundente, y el pulgar hacia abajo, como en el coliseo romano, generalizado. El entrenador Manera sensibilizado por la agresión popular masiva, excluyó al repudiado defensor en la segunda etapa y desde mi ubicación en la tribuna sentí que asistía a su lapidación definitiva, a una incineración en una hoguera cuyo fuego era atizado por nosotros mismos, a su certificado de defunción como futbolista de Vélez. El tiempo, implacable, ayuda a la maduración y el futuro de ?El Cabezón? en el Club me hizo comprender,-casos recientes como Papa o Zapata resultan arquetipos de esta formulación-, que debemos ser prudentes y pacientes en el análisis y la crítica a los jugadores, para no caer en injusticias que luego tratamos de justificar no haciéndonos responsables de nuestros errores y no admitiendo equivocaciones.

 

La llegada de Bianchi en el 93 cambió el aire y generó confianza en numerosos jugadores marginados. El entrenador modificó, trocó lugares, y Trotta volvió a la cueva, lugar donde se movía con comodidad, y Almandoz se corrió al lateral derecho. El buen funcionamiento del conjunto y la obtención de óptimos resultados, hicieron que ?El Cabezón?, sin brillar ni deslumbrar, compartiendo pareja con el cordobés Sotomayor, ganara en tranquilidad, se afianzara, y dejara de ser el blanco de los agravios de los espectadores.

 

El equipo crecía, el andar victorioso se complementaba con decorados de buen juego.  Conjugaba velocidad y precisión en ataque, no exenta de un marco estético, junto a solidez defensiva sin estridencias. Trotta era simplemente una pieza más del engranaje, sin figuración estelar. Su oportunidad de asumir el rol protagónico estaba por llegar. La cancha de Independiente fue el escenario. Vélez se jugaba con Lanús una parada brava,  un encuentro decisivo, determinante. Una derrota significaba relegar o resignar las chances al título. La formación elegida por Bianchi perdía frente al equipo de Russo y no le encontraba la vuelta al desarrollo. El buen pie de Bassedas, Basualdo y Pico, parecía desdibujado, el panorama era oscuro como la noche, negro, inmodificable. Entre las sombras y las tinieblas que caían sobre el equipo y sobre Avellaneda, emergió el capitán. Abandonó las pilchas del perfil bajo y adoptó la postura de un caudillo,-especie en extinción como el enganche-, tomó la lanza, dirían los viejos relatores, y empujó y contagió su instinto ganador a sus compañeros que parecían desbordados y presionados por lo complicado de la situación. Le puso garra, temperamento y coraje al asunto. Se posicionó como centrodelantero y en la agonía del cotejo recompuso la relación con la hinchada marcando el gol del empate que no será recordado por su belleza, pero que es, sin duda, uno de los más gritados y festejados en la historia del Club porque aseguraba el campeonato después de 25 largas temporadas de sequía. Una lesión lo marginó la tarde lluviosa y fría ante Estudiantes cuando se consumó el titulo. Esto posibilitó que José Luis Chilavert  ejecutara el remate desde los once metros,-Trotta era el encargado-, y decretara el uno a cero parcial. Aun lastimado, Bianchi lo incluyó unos minutos en el encuentro final frente a Independiente para que los fortineros, con el aplauso, le brindáramos el merecido reconocimiento.

 

Roberto Luis Trotta nació en Pigué,-localidad ubicada a 590 kms de la capital, principal colonia francesa en la Argentina, y lugar donde una vez al año se cocina a modo de tradición un omelette gigante-, (el dato suma, aporta a la educación geográfica del lector), un 28 de enero de 1969. Debutó en Estudiantes de la Plata en 1986, y vistió la casaca de Vélez en 156  ocasiones, marcando 29 conquistas. Fue transferido a La Roma de Italia en 1996 acompañando a Carlos Bianchi en su excursión poco exitosa por la península. Su trayectoria se completa con sus pasos por River, Racing, Unión de Sta Fe, Atlante y Puebla de México, y Barcelona de Ecuador. Ninguno de estos destinos fue tan prolífico en títulos, y en ninguno de ellos logró la repercusión mediática y el alto nivel de juego que consiguió en Vélez.

 

Luego de aquella proeza frente a Lanús, Trotta asumió un papel clave, crucial, en el andamiaje del equipo. Junto a Víctor Hugo Sotomayor se anexó al Departamento Médico del Club como cirujano, operaba sin anestesia, los adversarios temían encararlo, infundía miedo, respeto, y cumplía a rajatabla con un adagio o refrán que engrandece a un defensor y que nos trasmitieron nuestros mayores, ?Pasa hombre o pelota, nunca los dos?. Cariñoso, las ?caricias? que les propinaba a los atacantes rivales le valieron la obtención del record del jugador con mayor cantidad de expulsiones en el fútbol argentino, (20), 17 de ellas con diferentes árbitros. Fuerte, recio, aguerrido, dueño de una personalidad avasallante y un espíritu triunfador indomable,-para ganarle había que matarlo-, ?El Cabezón? y Chilavert fueron imprescindibles en esa época dorada y son insoslayables en la memoria dentro del ciclo más glorioso de nuestros cien años de vida.

 

Entre los numerosos hechos a resaltar en su itinerario en el Club, subrayo, que fue el generador del ?quilombo-tumulto? previo al último penal de la semifinal de la Libertadores que en caso de convertirse significaba la eliminación del torneo,-seguro que no les elogió a los colombianos las bondades de su café-, esto tensionó a los jugadores del Júnior, el disparo fue detenido por el arquero guaraní y significó la clasificación para la final; ocupó la valla en un encuentro ante Huracán que no finalizó como una epopeya por solo algunos minutos al no poder detener el cabezazo de Marini; metió el penal que abrió la cuenta en Japón ante el Milán en la final del mundo; y su desempeño en un cotejo frente a Racing, dos goles incluidos, sigue siendo, una de las actuaciones individuales mas sensacionales e irrepetibles que disfruté en mi vida.

Como capitán de esa escuadra casi invencible, Trotta aparece en las más preciadas fotos de nuestra historia, levantando la Copa Libertadores y La Copa Intercontinental.

 

Una declaración desafortunada, innecesaria, que no lo beneficiaba a él ni a sus destinatarios, los hinchas de Vélez, lastimó el orgullo y el corazón de la gente que empezaba a idolatrarlo. Algunos cruces verbales de pésimo gusto, ya fuera del Club, con el prócer de esos tiempos, Chilavert, y un penal que le picó usando la casaca riverplatense agrandaron la herida y provocaron un resquebrajamiento en el idilio con el simpatizante velezano. El tiempo suele curar esas laceraciones. Su arrepentimiento público, el entender que el ex defensor es alguien que por su carácter dice lo que piensa sin medir las consecuencias y su trayectoria profesional intachable dentro del Club, ayudan a cicatrizar esa llaga profunda.

 

Roberto Trotta es el líder, el bastión, el cacique, el capitán, de la etapa deportiva más brillante de nuestra Institución.  Un emblema, un símbolo, un paradigma inyector de la mística ganadora de los 90 que intentan heredar los actuales futbolistas. Nada puede borrar ni difumar esta realidad. El árbol no debe tapar el bosque.

 

Gabriel Martínez.