Vélez Magazine

La fábula del Gato

El pequeño José Miguel había nacido el 15 de mayo de 1945 en el seno de una humilde y modesta familia pueblerina. Pronto, comenzó a desandar los bucólicos potreros de su Río Cuarto natal y a demostrar su amor por la pelota de fútbol. De Gato a Superheroe.

Había una vez un niño llamado José Miguel Marín. El pequeño José Miguel había nacido el 15 de mayo de 1945 en el seno de una humilde y modesta familia pueblerina. Pronto, comenzó a desandar los bucólicos potreros de su Río Cuarto natal y a demostrar su amor por la pelota de fútbol. Así, con el marco de los árboles como verticales, o amontonando chombas, José Miguel armaba el arco y le tomaba el gusto a lo que sería su hábitat futuro en los terrenos de juego. En su preadolescencia, el prometedor y novel guardameta fue descubierto por uno de los tantos nómades, consejeros o reclutadores de talentos que pululan por el país, que lo convenció de las bondades de mudarse a la Capital Federal y enrolarse en las filas de un Club serio y ordenado: el Club Atlético Vélez Sarsfield.

 

Cobijado y protegido por sabios docentes entrenadores, Marín maximizó sus virtudes y minimizó sus defectos. Su itinerario en las inferiores no pasaba inadvertido, y sus condiciones naturales para el puesto eran comentario obligado de aquellos que seguían la marcha del futbol amateur. En 1964, el juvenil golero cordobés pedía pista en primera. La fama, y la experiencia de Rogelio Domínguez no parecían un impedimento para su escalada a la titularidad. Flojos desempeños del ex arquero del Real Madrid lo catapultaron a ocupar el lugar por el que había luchado desde su llegada al Club. El 5 de agosto de 1964, el técnico, OsvaldoZubeldía, le dio a Marín el buzo con el número 1, y debutaba en primera división frente a Huracán de Parque Patricios.

 

José Miguel alternó con Domínguez y compitió por el arco durante dos temporadas. Precisamente, en 1966, se adueñó de la portería con autoridad y apoyado en sus innegables aptitudes. Seguro, plástico y eficaz para custodiar la valla, inteligente e intuitivo para lograr la correcta ubicación, sus piernas tenían gran potencia y le permitían realizar vuelos estéticos e imposibles de palo a palo a semejanza de un felino. Además poseía el atributo de ser un gran atajador de penales. Su popularidad se agigantó rápidamente, la parcialidad velezana valoró su coraje y arrojo para defender la valla. Se ganó el aprecio de la gente, pero con ese triunfo resignó sus nombres de pila, dejó de ser José Luis y se convirtió en ?El Gato?, mote que perduraría durante su extensa trayectoria en la Argentina.

 

?El Gato? creció apoyado por las enseñanzas de los técnicos y de sus compañeros más experimentados. Estudió, analizó, e intentó imitar los movimientos y conductas de su modelo Amadeo Carrizo, ?Amadeo lo tenía todo, físico, fuerza, ubicación, agilidad, visión, valentía, don de mando, pero por encima de todo eso tenia personalidad. Una presencia y una prestancia que lo convertían en un maestro. Su estampa se sentía no solo en el marco, se sentía en toda la cancha?, comentaba admirado. El Gato se alimentó con las frecuentes convocatorias a la Selección Nacional, ?Fui elegido para disputar los Juegos Olímpicos de Tokio, y en el 65 me designaron capitán del combinado juvenil. En la mayor estuve hasta el 71 bajo las órdenes de Pizzuti, y quedé fuera del Mundial de Alemania, pese a ser el preferido de Sivori, cuando asumió el Polaco Cap?, remarcaba orgulloso y con nostalgia. Se nutrió con la dulzura de los triunfos,-fue decisivo en el primer titulo obtenido por nuestra institución-, y también debió saborear el gusto amargo de la derrota, de la decepción y frustración que significó la pérdida del Metropolitano del 71. Sus garras estaban deformadas de detener cañonazos rivales, ?Son pelotazos de la vida?, le expresaba a aquellos que observaban con asombro esas manos informes.

 

 ?El Gato,- animal domestico pero de espíritu libre e indomable-, seducido por una oferta importante para él y para Vélez,-la cifra de 30 mil dólares en la que fue transferido hoy suena irrisoria-, resolvió emigrar a tierras aztecas, luego de defender los colores velezanos en 225 ocasiones, dejando un vacío que solo pudo cubrirse varios años después.

 

El Cruz Azul acogió un arquero formado, sólido, maduro. En un santiamén, se transformó en el máximo ídolo de una afición gratamente sorprendida por sus rendimientos. Integró un plantel que cosechó una decena de títulos. Dejó una impronta de gran profesional. Sus grandes saltos, sus tapadas portentosas, su manejo de la defensa, la sencillez, el carisma, sus dotes de líder, su disciplina y camaradería, su pinta y su porte de buen mozo generaron un milagro, una variante impensada e ilógica, una mutación de animal felino a superhombre. Admirador de sus proezas, un prestigioso relator televisivo lo rebautizó, ?El Gato? perdió el apodo adquirido en nuestro país y se tornó ?Superman?. Como superhéroe colmó de gloria y trofeos las vitrinas del club cementero, también legó uno de los más raros e insólitos autogoles de la historia del futbol, un error como para reafirmar su condición humana y cuyo video puede verse en uno de los capítulos del Chavo del 8 al que fue invitado, otra prueba irrefutable de su popularidad en México. 

 

En 1980, sintió los primeros avisos de un corazón enfermo. Un año más tarde, en Houston fue sometido a una complicada intervención quirúrgica. Meses después, ?Superman? Marín se despidió de las canchas de fútbol con un emotivo homenaje y entregó su atuendo tradicional, un buzo con franjas horizontales azules y blancas, a su sucesor, el ex golero de Rosario Central, Ricardo Ferrero. Asumió la dirección técnica del Cruz Azul, pero poco tiempo después, un grave altercado con un árbitro, algo raro en él, le significó una suspensión de un año que le infligió la Federación Mexicana. Entrenó a los Coyotes de Neza, fue ayudante en el Toluca, profesor de arqueros en el Seleccionado, y dirigió a la Universidad de Querétaro.

 

El 30 de diciembre de 1991, con solo 46 años de edad, ?Superman? Marín sufrió un infarto fulminante que acabó con su vida, e inició su viaje a la inmortalidad. Desde Krypton, donde aprendió los valores de la ética y la dignidad, ?Superman? le estará contando a sus coterráneos que fue testigo del talento de Willington, de los goles de Wehbe y Bianchi, de las picardías de Carone,-que alguna vez lo hizo calentar y obligó a su expulsión-, de la alegría y el festejo del hincha de Vélez en el 68; de sus hazañas en los palos velezanos y mexicanos.

 

El dolor de las crónicas de la época da mayor relieve a la trascendencia de ?Superman? y describe la profunda huella que marcó en los simpatizantes del fútbol, ?La década mágica de la Maquina Celeste hubiera sido ficción sin sus grandes atajadas. Defendiendo el pórtico del Cruz Azul, José Miguel Marín ingresó con boleto VIP en la mitología del futbol mexicano. Su elasticidad felina y sus reflejos instantáneos, le valieron el seudónimo de ?El Gato?, aunque unos años después quedara claro que no disponía de siete vidas y que como otros grandes argentinos del siglo, caso Gardel o Evita, el destino le reservaba una muerte temprana?.

 

Un día Marín abandonó este mundo con su bolso cargado de éxitos y repleto de gloria.

Moraleja: La desaparición física de un gato o un superhéroe no borran de la memoria popular, sino que eternizan, el recuerdo de un hombre probo y un arquero excepcional.

 

Gabriel Martínez.