Atrapado en un presente difícil. Un momento en el que todo lo que se propone, no solo que le cuesta, sino que duele. Sin lugar a dudas, este 2015 para Vélez será el que le deje una huella, una marca indeleble que debe servir para potenciarse y no detenerse en la búsqueda de ''volver a ser'', en el que se marque el fondo máximo profundo al cual se pueda llegar. Que todo lo que venga sea para arriba.

Porque esto va más allá de haberse quedado afuera de la Copa Argentina y del precio alto del crecimiento de muchos de los juveniles que hoy forman el plantel de Fortín. Es la necesidad imperiosa de cortar con esta agonía de encuentros en los que por más que lo intente, el resultado se le va a poner en contra, por impericia propia o virtud del rival. Lo que sea. Todo a este Vélez le cuesta el triple.

Porque pierde demasiados valores de los que necesita todo. Lesiones que derivan operaciones, desde la del pibe Maxi Romero pasando por Correa, el mismo Nanni, a esta reciente e inminente de Fabián Cubero. Todo atenta, todo conspira a agravar el cuadro de salud de un Vélez que quiere salir pero no puede.

Así lo marcó la visita al Monumental de Victoria. Donde Russo ante las bajas y lo que dispone metió en cancha un equipo y con nombres distintos también cambió el sistema. Con una línea de tres en el fondo que al defender era de cinco, con un medio con la única contención de Leandro Desábato, pero con hombres en la ofensiva como Agustín Doffo, Yamil Asad, Milton Caraglio y el Falco Nanni. Un dibujo que desde lo conceptual y en los primeros minutos daba resultado por el buen pie y toque le que imprimían los pibes. Pero en 18 minutos se mostraron las grietas y fue cuando el Japo Rodríguez le tiró un caño a Desábato y entre líneas habilitó a un Federico González que le comió la espalda a Cardozo y con una definición exquisita le cambió el palo a Aguerre y decretó el primero de la noche fría. Todo lo que había construido Vélez se caía como un castillo de naipes, porque ahí los de Alfaro empezaron a manejar el juego y a evidenciar el nerviosismo del equipo de Russo.

No hay que acostumbrarse a lo que no se acostumbra ser.

Es cierto, Vélez mereció algo más. Generó situaciones para quebrar la resistencia de D'Angelo, pero siempre falló el objetivo. Para el complemento fue exactamente lo mismo. Con un Doffo conductor que en el asumir riesgos equivocaba caminos al igual que Asad; el Fortín iba y tenía la tenencia absoluta y exclusiva, pero sin lastimar, sin poder torcer el destino con una falta de profundidad notoria. Los cambios del Matador dieron resultado y los ingresos de Wilchez, Garate y el moreno Rincón le dieron otra frescura al ataque y entre los dos, mientras Vélez se dilapidaba en la tenencia y las chances varias sin definición, ellos de contra lo liquidaron. Primero con una jugada de Garate (con falta a Pérez) que terminó con la sesión de gol a Sánchez; después con una buena jugada de Rincón para habilitar al talentoso 10 que con un tiro débil venció la valla de Aguerre. Cada gol en contra a Vélez le sentaba como una bofetada a su intento por salir del fondo de todos sus pesares. Una derrota con goleada incluida que lo sigue relegando en el mejor crecimiento de sus juveniles que siguen corriendo el riesgo de quedarse en el camino de un arribo a primera prematuro.

Siempre hay tiempo para salir adelante. Siempre cuando se busca el mejor camino posible cuando más doloroso es transitarlo. Es momento de salir y seguir peleando Vélez. Por orgullo, por prestigio, por la camiseta. Con las responsabilidades y sabiendo que los pibes tienen el respaldo para que no les duela por demás los golpes del crecimiento, que no todo es perder. No hay que acostumbrarse a lo que no se acostumbra ser.