Adoctrinado en las divisiones inferiores del Club el Turco debutó en la máxima categoría, tras la enorme frustración del Metropolitano, el 31 de octubre de 1971 ante Estudiantes (3 a 2).
Se asentó en el primer equipo a partir del Nacional 72. Un puñado de partidos le bastó para meterse al hincha en el bolsillo, en el corazón. Le sobraban recursos, los derrochaba en el césped. Era un mediocampista todoterreno, aunque se movía con mayor soltura por el centro o en la posición de enganche.
Muy dotado en lo técnico, poseía un gran repertorio de atributos que incluían panorama, preciso pase corto y largo, despliegue, quite recuperador, muy buena pegada y cabezazo, y una gran dosis goleadora. Como si esto fuera poco, le adicionaba a estas condiciones una mentalidad ganadora, un carácter indómito, ángel y una personalidad avasallante. Era completísimo, único, diferente, irrepetible.
Fue el mimado del técnico y el capitán de los seleccionados nacionales en los albores del ciclo de Cesar Luis Menotti.
En Vélez tuvo una trayectoria corta, pero explosiva. Una lesión díscola frustró una carrera sin techo, con una proyección difícil de mensurar.
Para quienes lo disfrutaron, la generación de la melancolía, aquella sin gloria deportiva-lo que tiene un mayor valor-es uno de los indiscutidos en el once ideal de nuestra historia, sitio al que arriban solo los elegidos, y ostenta un lugar en el podio de los mejores surgidos de la cantera.
Paradigma de volante moderno, revolucionario, se despidió del Club en el 77 con una planilla que acusaba 144 presentaciones y 35 goles.
Alejado de Vélez, el Asad que transitó por Racing o Colón, en su etapa post velezana, era un espectro, una versión desmejorada-debido a esa maldita rodilla que le acortó su itinerario futbolístico-del crack que brillaba luciendo nuestros colores.
Algo más de un centenar de actuaciones le alcanzaron para sellar un lazo de amor eterno con el pueblo fortinero e ingresar al perpetuo pedestal de ídolo.