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Queen en Vélez

Queen tocó en Liniers el 28, el 29 de febrero y el 8 de marzo. Hoy la pluma del gran Gabo Martínez lo invita a degustar el paso de la mítica banda británica liderada por Freddie Mercury en suelo argento y de su relato en primera persona de los vericuetos que surcó para colarse en aquel histórico show.

Coco, el Negro y yo planeamos como colarnos dos semanas antes. Los tickets costaban un huevo (la inflación según el INDEC de época era del 100% anual) y nuestros viejos nos prohibían (la temprana edad era un obstáculo) de manera rotunda la asistencia a la gala. Lejos de ser fanáticos de la banda, la envergadura del acontecimiento, potenciado por una prolífica cobertura mediática, ameritaba el riesgo.
Por Gabriel Martínez

Luego de la agridulce eliminación de la Copa Libertadores de 1980 (lo dulce fue haber dejado en el camino a los plumíferos en Avellaneda), las autoridades velezanas decidieron una profunda depuración del plantel con miras a afrontar la temporada 81 con renovadas expectativas. Varios jugadores no superaron el fino tamiz del saneamiento y por este motivo abandonaron las huestes fortineras ?valores destacados? (píldoras antialérgicas me generan efectos alucinógenos) como Omar Larrosa, Washington Villar, Eduardo Asad, Gabriel Savini, Orlando Ruiz, Jorge ?Lulú? Sanabria (ya atendido en estas páginas), el oriental Anastasio Malaquin, el volante Carlos Aloi, Ricardo Sparks y el Negro Jorge José González (¡un fenómeno! La excepción positiva de este listado macabro). Julio César Falcioni fue transferido al América de Cali, Omar Da Fonseca y Norberto Rotondi fueron cedidos a préstamo a Belgrano de Córdoba, el histórico Negro Armando Quinteros pasó a San Lorenzo (todavía le deben unos mangos), en tanto que Miguel Bianculli, Osvaldo Damiano y el golero charrúa Freddy Clavijo (golero porque le metieron doscientos goles) desembarcaron en Atlanta.

Para cubrir los huecos dejados por estas figuras (?) se recurrió a un Outlet zonal, repleto de ofertas, y arribaron a Liniers, en medio de banderazos de apoyo y muestras de agradecimiento (debo urgentemente bajar las dosis del antihistamínico), dos arqueros sobresalientes: Luis ?La Foca? Landaburu (quien logró mayor repercusión como atracción de Mundo Marino) y Carlos Trucco; se adquirieron además los pases del marcador de punta derecho Hugo Ismael López de Unión; del volante, defensor o lo que fuera Abel Moralejo de Quilmes (un sabueso insoportable); del larguirucho centrodelantero Héctor Gómez( jugó un solo partido? y mal) de Atlético Tucumán; del dotado wing Dante Sanabria de Huracán; del rengo (si, rengo) y bigotudo cuevero Horacio Rodríguez de River, del mediapunta (en Vélez, ni media ni punta) Hugo Saggioratto de Independiente; de Juan Domingo Patricio Cabrera (muchos nombres, nada de fútbol) volante central del Ciclón y del talentoso zurdo Alfredo Torres (Campeón Mundial Juvenil en 1979. La matemática lo ubica apenas por encima de Gómez: 6 encuentros sin goles). El Outlet cerró a horario y esa coyuntura nos puso a salvo de que se llenara el changuito. Supongo que los precios debieron ser más acomodados que en ?La Saladita?, de lo contrario no se comprende la cantidad, ni que hablar del nivel, de las incorporaciones realizadas. Se contrató para comandar este ?mejunje de celebridades? al técnico Reynaldo Volken, ex mediocampista central del Club en la década del 60 (55pj, 2g), quien había conseguido prestigio a cargo de la plantilla de Unión de Santa Fe, grupo con el que alcanzó un subcampeonato local (un milagro).

Vélez, bajo la batuta de Volken, consiguió rápida regularidad en su funcionamiento y la prueba irrefutable son los números?..esssspantosos: En las primeras cuatro jornadas nuestro representativo cosechó 3 derrotas (Independiente, River e Instituto) y un empate (Argentinos Jrs). La quinta fecha resultó un bálsamo, un alivio. De puro ojete (perdón por el lenguaje pero es la descripción más real)  batimos a Estudiantes por 2 a 1 con anotaciones de Pedro Larraquy y de un centroforward de identidad ilustre, Carlos Bianchi.

Por fortuna para cuerpo técnico, dirigentes y jugadores, un suceso relevante distrajo la atención de los simpatizantes. La música de puteadas que hubieran recibido por los opacos resultados trocó por música de la buena. El 28 de febrero de 1981 se presentó por primera vez en la Argentina, Queen, la banda británica liderada por Freddie Mercury.

Cinco días antes John Deacon, Roger Taylor, Brian May y obviamente Freddie Mercury aterrizaron en Ezeiza protegidos por un gigantesco operativo de seguridad montado por las fuerzas militares que gobernaban el país. Una impresionante caterva de fanáticos aclamó desde la terraza del Aeropuerto la llegada de sus ídolos. La muchedumbre superó con holgura la cifra alcanzada meses atrás cuando ?Los Parchís?, con su frontman Tino, depositaron sus pies en suelo patrio (lo esperaban mi hermana y dos amigas con una pancarta de cartón pintada con crayones). El arribo de la banda fue trasmitido en directo por la televisión vernácula.

La gira diagramada por Sudamérica incluía cinco shows en Argentina y dos en Brasil. Gerry Stickells y Jim Beach, managers de la agrupación rockera, se reunieron con Alfredo Capalbo (el empresario encargado de la contratación de los músicos) con prudencial tiempo de anticipación para decidir cuales iban a ser los escenarios para desarrollar los conciertos. En la Capital Federal buscaban un estadio que cumpliera con requisitos puntuales: Gran capacidad, óptimos ingresos y egresos para el público, aceptable acústica y sobria visión de los artistas en escena. La decisión fue unánime. La cancha elegida para la realización de los monumentales festivales de ?La Reina? fue la mejor, la única, la diferente: La cancha del Club Atlético Vélez Sarsfield. Supongo que Don Pepe, afecto al tango y el folklore, nunca imaginó que su obra cumbre sería utilizada para un destino rockero pero hubiera aceptado de buena gana el banquete pues deparaba una buena cantidad de billetes para engrosar los cajones de la tesorería.

Queen tocó en Liniers el 28, el 29 de febrero y el 8 de marzo. El tour por el sur del continente modificó las reglas del negocio en la región. La banda fue pionera en anclar en territorio argentino.

Con mínima experiencia en el rubro, Capalbo, organizador de los conciertos, había ganado notoriedad con varias presentaciones de Julio Iglesias con las ?Trillizas de Oro? ladrando como coreutas, pero jamás había coordinado una tarea de tamaña complejidad técnica. Veinte toneladas de equipos desembarcaron en Buenos Aires desde Tokio, ciudad donde el grupo había concretado su último recital. Otras cuarenta toneladas viajaron desde los Estados Unidos junto a tres toneladas de césped sintético para proteger la hierba auténtica. Hubo un sinfín de inconvenientes, producto de la impericia, en el devenir del tour. Un par de containers con los equipos volcaron y debieron ser transportados, días después, por una gigantesca grúa. La estética de las entradas (dos mujeres, una japonesa y una americana desnudas comiendo una banana) fue censurada por los represores y Chris Lamb, el capo de producción, debió pasar horas tapando con un marcador los pechos al aire de las señoritas.

En medio de un tremendo despliegue de la parrilla de luces de ?Live Killers? y ocultos tras una cortina de humo, el 28 de febrero, tras el set de ?Zas? con Miguel Mateos a la cabeza como teloneros, los integrantes de la banda irrumpieron en el escenario ante una concurrencia cercana a las 54000 personas que colmaron el aforo del Teatro Colón de los Estadios Argentinos (hoy, a la distancia, cualquier paparulo le va decir que eran 150 mil). Irreverente, seductor y transgresor como siempre, vestido con musculosa blanca, pantalones de vinilo rojo y campera negra, el cantante con registro de tenor azotó de arranque a sus fieles espectadores con una versión acelerada de ?We will rock you?.

Queen hizo un completo repaso de su batería de hits en un show arrasador de dos horas de duración. Mercury, nacido en Tanzania un 5 de septiembre de 1946, copó el primer plano de la cálida jornada con su excentricidad, su carisma y su teatral dominio escénico. Si bien faltaron las armonías vocales -un sello distintivo del grupo-, sobresalió la bendecida guitarra de May (ataviado con saco blanco) en los escasos pero muy vitoreados pasajes instrumentales. La aventura sonora recorrió himnos inoxidables del repertorio como ?Bycicle Race? (aquel corte del álbum homónimo en cuya portada aparecían una horda de jovencitas, y no tanto, todas en bolas arriba de bicicletas), ?Fat Bottomed Girls?, ?Bohemian Rhapsody?, ?Save Me?, ?Crazy little thing called love? y ?Another one bites the dust?. El cenit de la noche se produjo cuando Freddie, se apartó del protocolar programa, acalló su privilegiada garganta y permitió que el público, en complicidad con el desenfadado dueño de la velada, coreara sin equívocos la maravillosa balada ?Love of my life?. Ante miles de fans enfervorizados, fascinados y participativos, y un cemento que latía al ritmo del sonido de la potente música, el cuarteto comandado por el divo de finos bigotes formado y educado en la India, luego de ejecutar con maestría veinte temas, le abrochó el moño al primer ritual en campo fortinero y regodeó a sus seguidores con la interpretación de ?We are the champions? y la reiteración de ?We will rock you?.

Queen repitió sus multitudinarias actuaciones en el Amalfitani el 29 de febrero (el 1º de marzo Vélez cayó frente a River 2 a 1 siendo local en el Tomás Ducó) y el 8 de marzo. Nunca, en mi corto lapso de vida, había visto tanta gente junta para escuchar música (miento, una noche el ?Monumental de Merlo? colapsó con la presencia conjunta de ?Comanche? y Miguel ?Conejito? Alejandro). Deacon, Mercury, May y Taylor le pusieron el broche de oro a su excursión precursora por Sudamérica con dos festivales con localidades agotadas en el Morumbí de San Pablo (recinto que me trae gratos recuerdos).

Coco, el Negro y yo planeamos como colarnos dos semanas antes. Los tickets costaban un huevo (la inflación según el INDEC de época era del 100% anual) y nuestros viejos nos prohibían (la temprana edad era un obstáculo) de manera rotunda la asistencia a la gala. Lejos de ser fanáticos de la banda, la envergadura del acontecimiento, potenciado por una prolífica cobertura mediática, ameritaba el riesgo. El Negro y yo fingimos ir a la casa de Coco, que no tenía teléfono y de esa forma iba a ser imposible ubicarnos (en los 80 una línea telefónica en una propiedad la revalorizaba un 30%) a jugar al Atari (no existía la Play Station). El Coco no tenía problemas. No debía dar explicaciones.

Para nuestra sorpresa y pese a la magnitud del espectáculo, el Club estaba abierto. Ingresamos a la vieja sede a las 19 hs y nos entretuvimos con la observación de cinco muñecos que daban vueltas en la pista de patinaje y apenas media docena de chicas que jugaban Cestobol. El acceso a la Popular Oeste -el ancho portón de vieja madera y la escalinata de ingreso a los salones de la tribuna sur- estaban franqueados por dos ?milicos? con cara de pocos amigos y armas en mano. ?La duda es la jactancia de los intelectuales? sostiene el pensador Aldo Rico. La duda es un ?marche preso? para la pretensión de colarse. Tras una hora de pelotudear y pasear por la zona, y cuando el objetivo parecía condenado al fracaso, uno de los soldados, súper avivado de la movida, se me acercó y me cascoteó sin titubear:

-¿Qué hace acá? circule.

-Nada. Soy socio del Club.

El tipo no mosqueó ante la respuesta y sin tutearme (algo tradicional en las filas castrenses) modificó radicalmente el rumbo del discurso pero con tono áspero añadió:

-Si quieren ver el recital tienen que juntar cien mangos.

Elevé la propuesta -sin regateo posible- a mis compañeros, que aceptaron de buen agrado el convite (una entrada costaba cinco veces más).

Me arrimé al negociador con una parva de billetes arrugados que el muy guacho contó desconfiado delante de mi cara. Terminado el recuento, le hizo una seña con el pulgar a su camarada ubicado en la parte alta del balcón y nos indicó con gestos el camino a seguir. Subí a la terraza antesala del gimnasio cubierto y salté desde el balcón, a la base de la enorme columna de luces del codo sudoeste. La caída se amortiguó por el césped que reviste la mencionada estructura. Faltaba el brinco final -una papa de apenas un metro- pero que iba a deparar un chasco. Pisado suelo firme frente a mis ojos se alineaba una tropa de unos veinte uniformados atrincherados y armados como para una ejecución.

Uno de ellos, el de mayor rango, rompió filas y sin tutear, con similar respeto y firmeza que su colega del otro lado del cerco, me espetó:

-¿Dónde cree que va?

Aunque era un preadolescente, el sentido común y mi discernimiento me permitían establecer que la pregunta del oficial era muy pelotuda. La ciencia asegura que el cerebro es una maquina perfecta. Reflexioné con rapidez y analicé las opciones: 1-Si la respuesta era de igual tenor, el saldo era dormir en un catre de hormigón en la Comisaría 44 y que mi viejo me rompiera el culo a patadas por haberle mentido. Opción 2-Contestar la verdad y botonear a los otros milicos, que encima nos habían cepillado los cien mangos.

No hubo vacilaciones. Elegí la segunda alternativa.

-Le dimos cien pesos a los dos señores que están arriba, le respondí con inocencia.

Al escuchar  la palabra pesos se le iluminaron los ojos y se abrió el imaginario cerrojo.

-¿Cuántos son? Agrego menos formal y más cortés.

-Tres.

-Bueno. Ponete atrás de aquel paredón y enseguida te mando a tus amigos, remarcó en tono amistoso y con tuteo.

Detrás del paredón había unos cuarenta paisanos en idéntica situación. Mientras esperaba a Coco y al Negro consulté y corroboré, que el peaje abonado -quizás por lo apremiante del horario- había sido una ganga. Cuando la avalancha de público ingresó al estadio nuestros cancerberos destrabaron el ficticio candado, nos mezclamos entre el gentío y pudimos disfrutar de la única estadía de Freddie Mercury en la Argentina y en nuestra casa: el José Amalfitani. Queen recién regresó a Vélez en 2008, con un correcto y prolijo Paul Rodgers como solista invitado.

El derrotero del equipo de Volken por el Metropolitano del 81 arrojó un balance negativo. Vélez finalizó undécimo en la tabla de posiciones. Los refuerzos fracasaron y los directivos resolvieron rescindir el vínculo con el entrenador. Solo quedó para rescatar la superioridad en el trámite, la marca limpia e implacable de Omar Jorge sobre Diego Maradona y la fabulosa definición de Dante Sanabria en el marco de un triunfo sobre Boca acaecido el 15 de abril de 1981.

Gozar y regocijarse con la magnifica voz de Freddie Mercury resultó un oasis en un año futbolístico decepcionante. Su artística aura deambula sobre Liniers y será huésped perpetuo en el corazón y el orgullo de los simpatizantes velezanos. El provocador, versátil y cautivante astro no volvió a cantar en el país, una pena, falleció el 24 de noviembre de 1991.

God save the Queen.

Los gustos hay que dárselos en vida.