Vélez Magazine

Tres Locomotoras y Siete Enanos

¿Hay tres locomotoras debajo del campo de juego del Amalfitani?... Enredado en tamaño quilombo, abordé el proceso investigativo ataviado con una gabardina y un deer stalter hat (sombrero de cazador) similares a los utilizados por el genial Sherlock Holmes y apreté con los dientes una burda imitación de su curvilínea pipa. El Gran Gabo Martínez nos introduce en un mundo de investigación para develar un mito histórico.

Don Pepe ideó y supervisó el operativo. Un conjunto de socios se apostaba en las inmediaciones de la calle Ruiz de los Llanos y desviaba hacia la intersección de Gaona y Barragán a los camiones repletos de tierra, tierra que se extraía para el montado de una cámara subterránea aliviadora que transita por debajo de Basualdo en dirección al Arroyo Cildañez; otros patrullaban con las mismas órdenes la recién estrenada General Paz, todos con la pretensión de nivelar ese monstruo que se tragaba todo lo que le tiraban y parecía no tener fondo.

¿Hay tres locomotoras debajo del campo de juego del Amalfitani?...

 

Tengo el enorme deseo de delatar al turro que me sugirió la escritura de este informe, más acorde a las plumas de Agatha Christie o Sir Arthur Conan Doyle que a la de este mediocre escriba.

 

Enredado en tamaño quilombo, abordé el proceso investigativo ataviado con una gabardina y un deer stalter hat (sombrero de cazador) similares a los utilizados por el genial Sherlock Holmes y apreté con los dientes una burda imitación de su curvilínea pipa. Provisto con el manual inicíatico del belga Hércules Poirot, aunque sin su pulcritud ni su inteligencia, exploré en bibliografía partidaria y consulté a veteranos simpatizantes con el objetivo de dilucidar la verdad sobre esta leyenda urbana instalada como cierta en el colectivo velezano.

 

El 22 de diciembre de 1940, Vélez descendió a la segunda categoría. Como consecuencia de este triste episodio se produjo un desbande generalizado de socios y jugadores que generó un derrumbe económico imposible de mensurar. Para colmo de males, en la temporada del 42, llegaba a su fin el contrato de alquiler del predio de Basualdo, lugar donde se erigía el legendario escenario bautizado como El Fortín. La conclusión es irrefutable: En el período comprendido entre 1940 y 1942- pese a que disputaba el certamen de la B-, Vélez era solo una marca, un nombre asociado al fútbol, no existía.

 

En medio de la debacle, convocado por el puñado de directivos que se resistían a su desaparición, emergió un loco, un chiflado conocido como José Amalfitani, quien se hizo cargo del enorme caos y pronunció una frase contundente, génesis de la resurrección institucional: ¡Mientras haya diez socios, el Club sigue en pie!

El 7 de diciembre de 1941 se organizó en la manzana comprendida por Basualdo, Schmidl, Pizarro y Guardia Nacional-cuadrícula donde se emplazaba nuestra cancha- una kermese denominada ?Despedida del Fortín?, congojante adiós al field inaugurado el 16 de marzo de 1924. Don Pepe respondió con su patrimonio para la construcción de las veredas-uno de los compromisos asumidos en la firma del acuerdo de arrendamiento (el valor de la vereda era el mismo que la cláusula de rescisión del pase de Messi) y después de veinte años, Vélez debió abandonar su morada con la platea de techo inglés a dos aguas, en la que habían deslumbrado figuras como Agustín Cosso, Reuben, Clelio Caucia, Spinetto y muchos otros.

 

Amalfitani se fumó un par de cuetes y emprendió su heroica gesta. Solo un paranoico o un fumado se embarcan en semejante despelote.

 

Vélez mudó sus precarias instalaciones a un terreno ubicado en Barragán y Gaona, un profundo zanjón de 35000 mts cuadrados que hasta 1910 era parte del cauce del Arroyo Maldonado. Una laguna en la cual vecinos de Liniers cazaban patos, ranas y anguilas. La finca era despreciada por las autoridades del ferrocarril quienes la identificaban como Playa Trípoli (en Italia soldado que mandaban a Trípoli era boleta). El viejo demostró en este tramo de su gestión su indomable espíritu emprendedor. Otro se hubiera rendido ante el desolador panorama. El Maldonado fue entubado en 1941- hoy sobre su traza se despliega la Avda Juan B Justo- pero el inmenso pantano estaba ahí y era imposible de rellenar.

 

Don Pepe ideó y supervisó el operativo. Un conjunto de socios se apostaba en las inmediaciones de la calle Ruiz de los Llanos y desviaba hacia la intersección de Gaona y Barragán a los camiones repletos de tierra, tierra que se extraía para el montado de una cámara subterránea aliviadora que transita por debajo de Basualdo en dirección al Arroyo Cildañez; otros patrullaban con las mismas órdenes la recién estrenada General Paz, todos con la pretensión de nivelar ese monstruo que se tragaba todo lo que le tiraban y parecía no tener fondo.

 

Aquí nace la fábula. Durante las tareas de rellenado, Amalfitani entabló una relación amistosa con uno de los gerentes del ferrocarril llamado Don Guillermo. Este individuo se encariñó con el manguero dirigente y prometió acercar la escoria de la fundición de los talleres, vías, ruedas, calderas, chasis, durmientes?.en fin, cualquier material en desuso o porquería que sirviera para saciar a ese colosal pantano.

Los transportes de tierra y los galpones ferroviarios fueron los mayores proveedores de elementos para aplanar la descomunal ciénaga. El vínculo, y la proximidad con los obradores ferroviarios, cimentaron y agigantaron la leyenda de las locomotoras, tema central de esta crónica.

 

La historia personal, con festones trágicos, de Vicente Chiapone, le dio un toque romántico al cuento y alimentó el mito.Vicente era un veterano motorman encargado de la formación 2226. Fanático del Fortín y militante activo de la causa del rellenado, cuando completaba su turno diario partía raudo hacia el predio para cooperar en la faena. Esforzado, sin familiares cercanos, sintiéndose importante, Chiapone pasaba horas en la propiedad y su sudor era premiado por el aliento de sus compañeros y del presidente del Club.Una revisión médica anual le arrebató el sueño de ver consumada la obra amalfitanesca. Vicente sufría una enfermedad incurable y los facultativos le vaticinaron un corto lapso de vida.

 

No se amilanó ante la cruel noticia, por el contrario, consideró que su muerte no debía ser en vano y la planificó hasta el mínimo detalle. Amparado en la oscuridad, una noche aflojó los bulones de los rieles, desprendió un par de durmientes y fue en búsqueda de su querida locomotora 2226. Dentro de la cabina se afeitó, se peinó con gomina y se calzó la casaca a botones, blanca con la V azul, lavada y planchada para la ocasión. Encendió el motor, apretó al mango el acelerador y enfiló a toda velocidad hacia el descarrilamiento. Ya con la máquina desbocada y fuera de su curso normal, encaró con determinación rumbo a la ciénaga, precipitó la locomotora al abismo y se inmoló como un mártir apoyado en un grito con reminiscencia tribunera ?¡Vamos Vélez carajo!? Vicente sembró con su cuerpo y su locomotora el suelo velezano. Su conducta idealista y suicida selló un lazo perpetuo con el Club. Endiosado por sus pares, su temerario acto fue imitado por un racimo de hinchas desquiciados que, sin medir consecuencias, ?choreó? dos locomotoras de los galpones ferroviarios y las sepultó en el fangal (Una sutil diferencia. Los hinchas no se inmolaron. Segundos antes se bajaron de las máquinas). Estos dos episodios dieron origen a la inverosímil historia que circula como real entre socios y simpatizantes de nuestra Institución.

 

A este relato plagado de fantasía novelesca se sumó la anécdota con tintes de patraña que involucró al matrimonio Candarelli. Nicoletta y Luigi Candarelli arribaron a la Argentina en el albor del siglo XX y se afincaron en Liniers en un lote ubicado en Murguiondo al 700. Los tanos, a puro esfuerzo, construyeron su casa y plasmaron el ciclo vital de cualquier humano de aquella época. Tuvieron cuatro hijos, los hijos se casaron, les dieron nietos y la pareja se quedó sola a fines de los años 30. Luigi era zapatero. Nicoletta una abnegada ama de casa con remarcables virtudes culinarias (cocinaba bien).

 

Dispuestos a enfrentar la vejez de manera relajada, el viejo dedicaba las mañanas, para matar el ocio, a la compostura de calzados de allegados y amigos, y por la tarde, luego de una siesta, tenía como ritual, una caminata hasta la cancha de Basualdo para observar la práctica de los futbolistas de su querido Vélez Sarsfield. Por su parte Nicoletta chusmeaba con vecinas mientras hacía las compras diarias y destinaba las tardes al cuidado del inmenso jardín que ocupaba el fondo de la casa. El rutinario y abúlico estilo de vida de los Candarelli tomaría, una noche, un giro inesperado.

 

Durante la cena del 21 de agosto de 1938, atentos al radioteatro protagonizado por Oscar Casco y Amelia Bence, la vieja aprovechó la pausa comercial y como al pasar le susurró a su marido ?Luigi: Voglio un nano per decorare il giardino? (Luigi, quiero un enano para adornar el jardín). El viejo escuchó con claridad pero se hizo el pelotudo, respondió con indiferencia ?Ahá?, y arrimó de nuevo la oreja a la radio a válvulas para no perderle pisada a las alternativas del culebrón radial. Al día siguiente, también en horas de la cena, la vieja repitió el pedido pero redobló la apuesta ?Luigi, voglio che i sette nani, come Biancaneve? (quiero los siete enanos, como Blancanieves). El viejo se atragantó con un fetuccini al oír la demanda pero volvió a hacerse el boludo y cambió el hilo de la conversación. La vieja reiteró el anhelo con religiosa continuidad por espacio de una semana. Si hay algo a destacar de las mujeres es que son muy rompebolas. Sabedor de la realidad del antedicho axioma, el itálico tomó conciencia de que el problema contaba solo con dos soluciones: 1-Le cumplía el deseo a su mujer, evitaba discusiones y pacificaba el nido o 2- No complacía el antojo de su cónyuge. Lo cual significaba que viviría con los huevos inflados hasta el final de sus días. Luigi se decidió por el ítem ?1?. Las minas siempre se salen con la suya.

 

El 10 de septiembre de 1938, Luigi se subió a un bondi rumbo al conurbano, se bajó en San Justo, entró a un comercio dedicado a la venta de artículos para jardines y compró los siete enanos. La joda le costó dos meses de jubilación. La inversión, sin embargo, era una ganga. El desinflado mensual de los huevos en la clínica barrial costaba el triple.

El Tano cargó los enanos en un flete y retornó a su casa. ¡La cara de felicidad de la vieja al ver las miniaturas de cemento! Luigi descargó los muñecos, los llevó hasta el parque trasero y la vieja se encargó de acomodarlos a su gusto sobre la gramilla.

Nicoletta halló en los enanos un pasatiempo formidable. Tenía devoción por ellos. Día por medio los enceraba con esmero con un paño seco. Una batería de elementos: cepillos, pinturas de todos colores (ante la eventualidad de un descascaramiento), pinceles, plumeros y otros accesorios estaba destinada a el mantenimiento de los minúsculos monigotes. El jardín lucía espléndido. Los enanos brillaban entre las flores y la arboleda. En el hogar reinaba la paz. La existencia de los Candarelli era un traslúcido remanso.

 

Pero?no hay bien que dure cien años. Siete enanos no constituyen la receta para lograr la felicidad. La vieja comenzaba a experimentar brotes arteroescleróticos y una noche de enero de 1941 desató la tormenta.

 

Un grito desgarrador de Nicoletta despertó sobresaltado al viejo. Su mujer, vestida con un sugestivo camisón rosa, temblaba y lloraba desconsolada sentada a los pies de la cama.

 

-¿Cosa ti succede Nicoletta? (¿Qué carajo te pasa?) le preguntó.

La respuesta de la vieja le desencuadró la jeta.

-Il nano vecchio apri gli occhi, mi guardo, tocco, e il resto ha celebrato la battuta (el enano viejo abrió los ojos, me miró y resto se cagó de risa de la joda).

Una aclaración: Mi italiano no es bueno. Las traducciones no son literales.

Luigi la tranquilizó, la abrazó, la besó con ternura y le murmuró:

-Nicoletta dormiva. E solo un incubo (Dormí jovata hincha pelotas. Es una pesadilla).

La vieja insistió con el delirio en las posteriores madrugadas. Su marido recurrió a soluciones rápidas para enfrentar la problemática sin lograr resultados exitosos. Encapuchó con una bolsa de arpillera a Sabio, el enano promiscuo, pero no hubo caso, el muñeco, según Nicoletta, seguía con su comportamiento lascivo. Cerró cortinas y persianas pero el muy guacho, según la vieja, poseía la suficiente viveza para sortear los obstáculos y se ponía la mano con más énfasis en la entrepierna con el objetivo de desestabilizar emocionalmente a su cuidadora.

 

La vieja pasó en un suspiro del enamoramiento al odio. Sus adorados enanos se convirtieron en seres despreciables. El desalojo de los diminutos bribones del domicilio Candarelli era cosa juzgada. El Tano depositó a los monigotes en el cuarto donde reparaba suelas y por su cabeza empezó a pasear un interrogante ¿Che diavolo ci faccio con i nani? (¿Qué cuerno hago con estos enanos?)

 

El dilema encontró pronto remedio: ?Tiro a los enanos en la cancha de Vélez y con eso ayudo a emparejar el terreno?.

 

Pintó a los muñecos de pies a bonetes con esmalte blanco, y con prolijidad de artista les dibujó una gruesa V azulada en el pecho. Alquiló un Rastrojero y amontonó a los enanos con unas estanterías metálicas descartables, una heladera Siam bolita con el motor fundido, un calentador Primus y una estufa a querosén corroída por el óxido. Cargado con estos elementos se dirigió hacia Barragán y Gaona y le ordenó al conductor estacionar la camioneta de culata frente al gigantesco lodazal. Arrojó, con colaboración de terceros, la heladera y las estanterías; y luego, el calentador y la estufa.  Despidió al camionero y quedó a solas con Sabio, Romántico, Mocoso, Dormilón, Bonachón, Gruñón y Mudito, los siete enanos fortineros (Con estos nombres aparecen en los libros. Desconozco la denominación que utilizan en la ?peli? porno que UD encanuta en el archivo de su oficina). Sin respetar prioridades o turnos bamboleó en sus brazos a los muñecos y los lanzó de cabeza uno por uno a la cenagosa laguna.

El último era Sabio, el líder, el guacho generador del conflicto. Lo alzó con sus manos, lo balanceó y?casi se desmaya del susto. Sabio abrió los ojos, lo fulminó con la mirada y movió los labios para decirle ?Gracias Tano, nos sacaste de encima a la insoportable vieja y su paño de cera. Además mis hermanos coinciden: Si hay que morir, que el entierro sea en cancha de Vélez?. Petrificado, Luigi soltó al enano y corrió un par de metros para huir del lugar pero volvió sobre sus pasos al escuchar un cántico en apariencia lejano. En ese instante vio emerger como una ballena franca silueta de la locomotora conducida por Vicente Chiapone. Sentado a su derecha iba Sabio, detrás, en la única butaca, la media docena de enanos. Liderados por Vicente, los enanos coreaban al unísono ?Oh?/Dale/Dale/ Ve?. La máquina apenas asomó su cabeza ferrosa y se hundió de manera definitiva en el agujero sin fondo.

Setenta y siete mil metros cúbicos de desechos y carbonilla se emplearon para satisfacer al monumental hoyo. ¡Una barbaridad! Vélez estrenó oficialmente su coliseo de hormigón el 22 de abril de 1951 en un choque ante Huracán. El anillo de cemento (platea norte alta y baja incluida) se concluyó a mediados de los 70.

 

Hace unos días un afamado conductor televisivo, sin que se le cayera la cara, sostuvo al aire que mientras el proceso militar despojaba de su estadio a la entidad que hoy representa, a otros,-en clara alusión a Vélez, River o Rosario Central- se los construía. Miente. Dudo que un animador de su calibre, con pasado y presente en el ambiente futbolístico, esté desinformado. ¿Un fallido? ¡¡Umh!! Un clic en Google derrumba la falacia. La mentira tiene patas cortas?.como los enanos. El Amalfitani era, en ese período, un escenario armado con cemento en su totalidad. El Gasómetro era de madera?como Pinocho.

 

En 1977, el EAM 78 comenzó la remodelación, RE-MO-DE-LA-CION, del Amalfitani para adecuarlo a las exigencias planteadas por el titular de la FIFA, Joao Havelange sucesor de  Sir Stanley Rous. Entre las reformas proyectadas estaba el levantamiento del campo de juego con el propósito de  renovar el drenaje. Lelo García, nuestro canchero, una eminencia en el rubro, estuvo presente y asesoró en las tareas mencionadas.

Con motivo de su cumpleaños número ochenta entrevisté a Lelo y la nota salió publicada en esta revista. El veterano experto me afirmó ?Había mucho fierro (sic), tornillos, chapas, pero ninguna locomotora?. La certera respuesta no admite cuestionamientos. Me dio pudor preguntarle por los enanos.

Guardo la gabardina en el placard, el sombrero de cazador en un cajón y le pegó una profunda pitada a la pipa.

 

Las pericias, los indicios y los testimonios indican que no hay locomotoras debajo del campo de juego del Amalfitani, pero, y esto es seguro, los duendes de los enanos le meten la gamba a los delanteros rivales cuando se aprestan a definir contra nuestro arco.

 

El caso está resuelto. El expediente está cerrado. Holmes y Poirot rest in peace.

 

Gabriel Martínez.