Vélez Magazine

El dueño de los derechos del gol eterno

El 1 de diciembre de 1994, muy lejos, en Tokio, Omar Andrés Asad, el ?Turco?, convertía el segundo tanto en la final Intercontinental ante el poderoso Milán, liquidaba el partido,abandonaba el anonimato e inscribía su apellido en la gran historia de Vélez.

La entrega vertical, profunda, del mediocampista vestido con la V azulada es mala y no encuentra destinatario. Costacurta, ubicado como lateral derecho de su defensa a la altura del área grande, ajeno a presiones, domina la pelota sin inconvenientes e intenta la cesión hacia atrás en dirección a su arquero Rossi.

 

Usted, querido lector fortinero, ya conoce el final del cuento y en este momento por su cabeza se proyecta el video que vió cientos de veces, y que recuerda, y con el mínimo detalle, más que el cumpleaños de su suegra o su propio aniversario de casamiento. De cualquier modo mi obligación es finalizar el relato. Atento, concentrado, e intuitivo, el corpulento número 9 velezano, absolutamente desconocido para sus adversarios, fábrica una diagonal perfecta de derecha a izquierda del ataque, sorprende a la ultima línea italiana con su aparición fantasmagórica, traza una mediatriz o bisectriz exacta,-que se yo, mil disculpas, nunca fui bueno en geometría-, e intercepta el pase en el preciso punto medio entre arquero y defensor. Ya su cerebro, querido fiel seguidor de Vélez Magazine, pulsó al menos tres veces el botón rewind de la cinta mientras lee estos renglones. No se preocupe, nada cambia, el epílogo es el mismo. El robusto delantero hace contacto con el esférico,- gracias Muñoz por el sinónimo-, el ángulo de disparo no es bueno, ni cómodo, no obstante inventa una pirueta inverosímil, heterodoxa, una símil media vuelta difícil de describir oralmente y mucho más complicado de hacerlo en papel. Su pie diestro se arquea, adopta la curvatura justa e impacta el balón.

 

A esta altura de la narración, amable simpatizante, su memoria apunta hacia otros vericuetos. Se acuerda donde compró las medialunas, a quien invitó a su casa a disfrutar del partido, donde estaba sentado, si se levantó para ir al baño o aguantó hasta el final del primer tiempo, que rutina repitió para la segunda parte, como pidió permiso para faltar al laburo, si no lo hizo que consecuencias le trajo, si su esposa estaba tan rompebolas como siempre y no le permitía observar las acciones con la tranquilidad tensionante con la que se vivieron los noventa minutos, si en algún tramo la mandó al carajo cuando comparó la pinta, la facha de Maldini,-en algún esporádico avance milanés-, con su aspecto desalineado, deprimente, probablemente conservando y utilizando los mismos calzoncillos que le habían deparado suerte en la Copa Libertadores, obviamente sin lavarlos, si el perro estaba más molesto que nunca, si su bebé lloraba. Todos los pormenores, o referencias están frescos como si hubieran ocurrido ayer. No se impaciente, el desenlace se acerca. El impacto es milimétrico, perfecto, refinado. La pelota duerme en la red pegada al palo izquierdo del golero itálico. La persecución de sus compañeros para abrazarlo, el festejo del goleador endosando y esbozando su típica sonrisa pícara contagia, emociona. El gol lo gritamos con el alma en Japón, en Liniers, en Villa Luro, en Floresta, en todo el país, y el grito rebotó en cada rincón del mundo donde mora un hincha de Vélez.

 

El 1 de diciembre de 1994, muy lejos, en Tokio, a los 12 minutos del período complementario, Omar Andrés Asad, el ?Turco?, convertía el segundo tanto en la final Intercontinental ante el poderoso Milán, liquidaba el partido,-gracias Walter Nelson-, abandonaba el anonimato e inscribía su apellido en la gran historia de Vélez Sarsfield. Esa conquista del ?Turco?, eterna, perpetua, es la más trascendente en este siglo de vida y quedó grabada a fuego en el corazón de todos los que amamos este Club. Asad, un mimado de ?El Pelado? Bianchi, estampaba su rúbrica fileteada en la obra del exitoso entrenador con una pincelada memorable, irrepetible. Esa anotación, colocaba a Vélez Sarsfield en la cima, en la cumbre del fútbol mundial. El hincha se pellizcaba, potenciaba su orgullo, la frente estaba bien en alto, el sueño estaba cumplido, su equipo era Campeón del Mundo ante una escuadra italiana pedante, soberbia, multiganadora, e integrada por valores bien pagos y afamados como Savicevic, Boban, Albertini y Donadoni, entre otros.

 

Hago un intervalo en la crónica con una sugerencia. Cuando vuelva a su casa, con la revista ya leída, busque el CD, DVD, el viejo videocassete donde conserva el documento fílmico del gol o ingrese en Internet. Habrá resistencia o reproches de parte de su mujer, sin duda, ?Recién venís de la cancha y te pones a ver otro partido?, no le de pelota. Mientras ella le recalienta la pascualina que quedó del mediodía, reproduzca el video, relájese y goce, vuelva a conmoverse con la extraña y fantástica parábola del ?Turco?, no se avergüence, grite el gol si tiene ganas, sea feliz unos minutos.

Según reza la leyenda, en la previa al relevante encuentro, el técnico Carlos Bianchi, apelando y haciendo gala de un lenguaje sutil cultivado en la lectura de plumas prestigiosas como Borges o Córtazar, le solicitó amablemente a su jugador fetiche, ?Cuando tengas enfrente a Baresi, métele el culo y tirálo a la mierda?. Ni lerdo, ni perezoso, el ?Turco?, obediencia debida mediante, iba a cumplir con la orden impartida por su superior. El central italiano era un niño de pecho al lado de las bestias salvajes que lo ?cagaban? a patadas en los potreros del conurbano. El veterano zaguero, gladiador de mil batallas, lo esperó sereno y confiado, craso error, jamás imaginó experimentar en carne propia, sobre su anatomía, la problemática del tránsito en Argentina. Lo pisó un Scania, le pasó por arriba, lo anestesió. Le marcó la impronta de los neumaticos y el paragolpes. Aturdido, semiinconsciente, el back no alcanzó a tomarle la numeracion de la patente, solo adivinó, en su mareo, una silueta de más de 90 kilos como responsable de semejante atropello. El ?Turco? mostraba credenciales, ambicionaba gloria, el viaje a Tokio no era para él una excursión turística.

 

Omar Andrés Asad nació un 9 de abril de 1971. Se crío en Ciudad Evita en medio de carencias y penurias personales y familiares, rodeado de un contexto social riesgoso, del que emergió, a contramano de lo que indica el determinismo, como un tipo noble, con valores, digno y sincero. A días de cumplir sus veinte años, advertido sobre una prueba de jugadores en Vélez, acudió a la evaluación y aprobó el examen luego de variados intentos fallidos en diversas instituciones. Sobre esa etapa de su vida reflexiona, ?Yo quería triunfar y lo hice. Soy un ganador de la vida. Nunca pensé en buscar otros caminos, no conozco siquiera lo que es fumar. Soy un hombre muy sano. Mi adolescencia marcó lo que soy hoy, la oportunidad de crecer y estar bien. Aprendí muchas cosas de la vida?.

 

Luego de dos temporadas en la cuarta división, Héctor Veira lo convocó a practicar con el plantel de primera. Debutó en el profesionalismo en 1992 enfrentando a Talleres de Córdoba. Su explosión futbolística generó los primeros comentarios mediáticos bajo el interinato de Roberto Mariani, y se profundizó cobijado por la manta protectora de su maestro, Carlos Bianchi, con quien fue titular indiscutido. Defendió nuestra camiseta en 145 cotejos, anotando 30 goles, varios de ellos decisivos y determinantes,-postales de colección del público velezano-, como el anteriormente descripto; el del triunfo en el partido de ida de la final de America frente al San Pablo; el que le clavó al Cruzeiro en el Mineirao; o los dos que le convirtió a Dep. Español en el Clausura 93 y que fueron el germen, la raíz, de la dorada década del 90. No era propietario de condiciones técnicas superlativas. Sus características salientes eran la fuerza, la potencia, el aprovechamiento integral de un físico macizo, sólido, compacto, que desgastaba a sus marcadores, y le permitía aguantar la pelota en ataque esperando la llegada de volantes, sumado a su coraje y amor propio. La noche mágica del Morumbi, desde mi ubicación en la tribuna a nivel de la línea central, me cansé de verlo correr a lo ancho del terreno, y transpiraba admirando su despliegue generoso y solidario, intentando molestar e incomodar a la defensa paulista en clara inferioridad numérica.

 

El 16 de octubre de 1995, el ímpetu y la garra con la que disputaba cada pelota, lo obligaron a un violentísimo encontronazo con el arquero uruguayo de Ferrocarril Oeste, Oscar Ferro, que derivó en gol, pero le provocó la rotura de los ligamentos de la rodilla derecha. Padeció numerosas operaciones y cada regreso era aguardado con esperanza por los aficionados, sin embargo, luego de múltiples tentativas y pese a su empeño, el ?Turco? se rindió ante la evidencia de que esa articulación traicionera le ponía un final anticipado a su corta pero meteórica carrera. En una entrevista reciente señalaba, ?El duelo del retiro del jugador lo elaboré realizando el curso de entrenador, busqué un arma para no sentirme mal, una salida. Me moría por estar dentro de la cancha, pero ya lo había intentado y no podía?. En su abreviado itinerario como futbolista, el ?Turco? ofrendó todo, no se guardó nada.Ganó diez títulos y fue distinguido como el mejor jugador de la cancha en la final del mundo.

 

Su trayectoria como técnico arrancó en las divisiones inferiores de Vélez y se prolongó el año anterior como director táctico de la reserva. Muchos de los chicos que hoy brillan en el plantel de Gareca mamaron de sus enseñanzas. A fines de la temporada 2009, Godoy Cruz despidió a Enzo Trossero y tentó a Asad para dirigir el equipo. El heredero del apodo del volante central más talentoso de la historia del fortín, aceptó el desafío y emigró de nuestra Institución iniciando un exilio que deseamos sea breve, y con fortuna, en la ciudad de Mendoza. Allí le sumará experiencia y rodaje a sus conocimientos, para en un futuro no lejano, sentarse con el buzo de entrenador en el banco del Club que le brindó popularidad, notoriedad, y terminó de formarlo como persona. Porque como canta ?La Pandilla?, que ya extraña su estirpe de gordo bueno, ?Va a volver, va a volver, el Turco va a volver?.

 

Gabriel Martínez.