Todas las derrotas, duelen y van a doler siempre. Todas, porque ves como una vez más se escapan puntos vitales. Pero duelen mucho más cuando no podés reaccionar, cuando te golpeás y te golpean en momentos claves, pero no podés salir de ese estado. Pero duelen más porque venís entonado de una gran faena en rodeo ajeno, y no podés sostener ese rendimiento. 

Es cierto que a Vélez todo le cuesta y muchas veces, en un plantel tan corto las ausencias calan profundo. Porque en la balanza la vuelta del picante Toledo no llegó a compensar las ausencias de Pavone, Somoza, Pérez y Correa. Aunque es cierto, en Rosario se ganó sin los hombres de ataque, con ausencias importantes, pero con otro semblante.

Más aún si las apuestas se caen en un puñado de minutos. Bassedas apostó a Assmann y el arquero para salvar un gol se subluxó el hombro derecho y en la jugada posterior tuvo la mala fortuna de no poder sostener el balón con su brazo lastimado y Ortiz capturó el rebote y puso a la visita en ventaja. No sólo sufría una nueva baja devolviéndole el juego a Aguerre, sino que también, Vélez seguía sumando jugadas desafortunadas en la faz defensiva que termina pagando con gol. 

Goles que son como dagas que se clavan en la identidad de un equipo en formación, que viene golpeado de la pasada campaña y que ya entra en un punto de no poder creer la mala suerte. Tal vez, el destino del juego estaba escrito más allá de esa jugada a los nueve minutos que puso en ventaja al Rojo; pero crealo que sin dudas correr siempre cuesta arriba en el marcador es agotador, te coharta las intenciones, por más que lo intentes.

Desde ahí, Vélez nunca pudo sentirse cómodo en el juego. Al punto tal que careció de conducción para subir a zona caliente el balón y donde le generó poco problema al fondo del equipo comandado por Pellegrino. Lo pudo ampliar Independiente con una bomba divina de Leandro Fernández que ante la volada estéril de Aguerre, la pelota se estrelló contra el travesaño. Hasta la primera parte, el Fortín se animaba a un poco más, con el leve vértigo que ofrecía Toledo o alguna corajeada de Alvarenga por derecha. Poco más.

Pero todo se derrumbó con el segundo de los de Avellaneda. A los tres minutos de complemento, tras un centro de Aquino, Rigoni le comió la espalda a Giannetti y Cubero y con un toque sutíl dejó sin respuestas a Aguerre. Independiente golpeaba temprano y ese golpe terminó siendo el de nocaut para el juego de Vélez. 

Desde ahí y más allá que Bassedas intentó apuntalar la ofensiva con variantes e ingresos de Maxi Romero y Nico Delgadillo; Vélez fue preso de su propia impotencia, yendo por la inercia de ir pero casi sin la virtud del juego que debía implementar para llegar, siempre expuesto a las contras que sufría con asiduidad. La más clara para los de Bassedas fue un pase de Cáceres para Toledo, que el pibe controló largo y Campaña achicando rápido mandó el balón a córner. Los de Pellegrino pudieron rubricar la goleada con una gran jugada de Aquino que en la definición terminó econtrando el pie en alto de un recostado Aguerre para mandar el balón al tiro de esquina.

En la comparación de una semana a otra fue tan grande la diferencia que lo dejó en evidencia al equipo. Una irregularidad de la cual es preso este Vélez que lo hace ganar con una dificultad tremenda, pero perder con una facilidad (por lo menos esta noche) preocupante.

Será momento más que nunca de mantener a Rosario cerca, convencerse de lo que puede hacer el equipo. De reaccionar para que aquella jornada histórica y de triunfo épico no quede en vano. Que el Amalfitani vuelva a ser ese recinto de respeto, donde nadie venga a copar la parada. Ni por la pelea arriba, ni por salir del fondo. Por la única razón de ganar o perder, pero siempre siendo Vélez.