Está herido. Duele. Mucho. Se desangra. Al punto tal de comenzar a agonizar. Sin el dramatismo extremo que llevan impresas estas palabras, pero con una figura simbólica de un equipo al que le cuesta mantenerse en pie. Porque Vélez le sigue sumando problemas a su problema, en esto de no tener fondo y sentir que se puede caer siempre un poco más. Hasta desconocerse. Hasta ahogarse en su propio charco de sangre.

Porque el que se desangra es su fútbol, su identidad, su juego. Todo lo que tanto le había costado encontrar, que parecía haberse encaminado con aquellos minutos del segundo tiempo que terminó con derrota ante San Lorenzo hace una semana y que se dilapidó por completo en los 90 minutos en casa ante Argentinos.

En un parte médico de la sintomatología que padece este Vélez, hay varios focos de atención a los cuales echarle el ojo en pos de una levantada, de una recuperación digna. Es cierto, hay que crecer y ese crecimiento cuesta, sale caro, muy caro. Se paga con errores, con desaciertos. Los que llevan a cambiar la precepción por ejemplo, de la fantástica actuación de Cubero quien era la figura hasta el exceso verbal que produjo la expulsión para con el árbitro; de la gran tarea de Amor que terminó deslucida con el penal a poco del final y mas tarde con su expulsión.

Vélez termina siendo presa fácil de sus desaciertos.

Como cuando falla en el área rival con dos cabezazos que en otras condiciones son gol como el de Pavone y sobre la hora de Caraglio que pudo significar, el primero la victoria y el segundo, el empate. Ese crecer de muchos juveniles que te llevan a los altibajos de un partido al otro sin escalas, agravado por el bajo rendimiento de los pocos referentes que quedaron en el plantel.

La cantidad infame de lesionados que se dieron baja en tan solo cuatro meses de juego. Que sin lugar a dudas, fueron lesiones en hombres que son y pueden ser importantes para el arranque, para variantes o para recambio. Para darle tiempo al crecimiento de otros jugadores que tienen que acelerar sus oportunidades en primera. Porque termina siendo titular, por condiciones obviamente, un juvenil de quinta división como Delgadillo que venía de jugar tan solo tres partidos en Reserva. No es el ideal y Russo lo sabe, pero no hay otra alternativa. Lo que deben crecer en inferiores o Reserva lo aprenden en crudo en una Primera División con todo lo que conlleva. Como la lesión de Leandro Somoza, a horas del encuentro que lo dejaron afuera del cruce con todo lo que significa el volante para el equipo. Ni que hablar de la de Correa, Nanni, Ferreira y la reciente de la promesa Maximiliano Romero. Demasiado para un equipo que necesita respirar.

La falta de una identidad de juego, algo que le ha costado tanto en cada minuto del año. Es la situación que más preocupa pero que a la vez, es una consecuencia de lo demás anteriormente mencionado. Porque en medio de tanta lesión en un equipo diezmado es lógico que cuando no podés repetir equipo cueste encontrar el juego. A Vélez le cuesta llegar con idea al arco rival y cuando lo consigue no convierte (es la tercera derrota consecutiva sin anotar un gol). Intenta pero no le sale y cae preso de su impotencia. La misma que lo lleva a desesperarse, a cometer errores y a perder un partido ante un equipo que no te pateó una sola vez al arco. Increíble. Argentinos no revolcó a Aguerre hasta el penal que ejecutó Cristian Álvarez y se llevó la victoria. No hay que hablar de merecimientos, pero sin lugar a dudas, fue demasiado premio para el equipo de La Paternal.

Pero Vélez en esa identidad desconocida, les permite a sus rivales, por más mal que vengan o peor momento que atraviesen... les permite levantarse.

Hay que cortar la hemorragia, la anemia de fútbol para un equipo que debe jugar mucho mejor porque de todas formas está bien lejos de ser aún un equipo en formación, de juveniles en crecimiento. La sexta derrota en el doble de juegos; o desde otra mirada, haber perdido la mitad de lo que se jugó hasta ahora es muy flaco para lo que puede dar este equipo.

En esta identidad desconocida es importante, por lo menos... vender cara la derrota.