Amaneció. Le duró bastante la modorra. Pero se despertó. Pasaron 53 minutos, hasta que entreabrió los ojos, se los frotó, se sacó la lagaña y puso un pie (o la cabeza) fuera de la cama. Preso de la resaca de una derrota que más que eso fue una recaída a la irregularidad cuando sale de casa, el Fortín tuvo un instante de lucidez divina para levantarse, ponerse de pie y mostrar que está vivo.

Porque cada minuto que separó el final con derrota en Avellaneda hasta el que la pelota sale despachada de la frente de Lucas Pratto con destino a la red, alimentó esas desavenencias propias de un equipo que lucha por controlar su ciclotimia crónica. Sin embargo, desde ese preciso instante, Vélez apareció y reaccionó. A tiempo. Mejor tarde...

Sin lugar a dudas que los primeros calores fuertes juegan su parte en la impronta de los equipos que intentan meter dinámica a su juego como lo hacen habitualmente los equipos que dirigen Almeyda y Flores; pero mucho de esa impotencia en no poder hacerse firme y convincente del dominio útil del balón, ese que se prestaron desde el mayor desinterés. Al punto tal, que en los primeros 45 minutos de juego en Liniers, solo una aproximación seria a la portería se consumó y estuvo en el doble intento de Caraglio que tapó primero Servio y luego se acomodó en el lateral de la red, lejos del grito de gol. Un primer tiempo estático, para el murmullo y el alimento balanceado para fantasmas.

Pero cuando la conexión pie de Papa - cabeza de Pratto dijo presente, salió el sol en el Amalfitani. Por primera vez en el juego, se daba esa ecuación que garantiza éxito y tras una buena pelota aguantada por Milton apareció Papa para llegar al fondo y levantar un centro que lo encontró al Fenómeno en el punto más alto de su escalada al cielo para decirle sí con la cabeza al balón, para salir de brazos abiertos y sonrisa plena a estrecharse con todo el Amalfitani. Pratto aparecía una vez más para demostrar por qué es el mejor de la Argentina, galardón que no cambia por más dramatismo que le quieran imprimir al momento de Vélez.

Desde allí, el equipo se repitió una y otra vez la idea de cuidar lo que tanto le había costado conseguir, lo que anhelaba para comenzar a levantar el ánimo y desde allí, empezar de una buena vez por todas a decir presente también cuando va de visita. Con el correr de los minutos, bajó en juego, pero creció en solidaridad, en luchar y meter. Es cierto, tal vez, demasiado cerca de Seba Sosa (que terminó exigido en su abductor) pero también cerca de corazón que tenía en la mano. Ojo, sin defensas épicas de su vaya, pero sí con algún susto que por ejemplo en otro partido lo pagaba con gol. Con un Cubero que llegó entre algodones y terminó jugando un partidazo.

Un Vélez que se abrazó al final, con el hincha que siempre apoya y acompaña. Un Vélez que se abrazó fuerte a la idea de saber que siempre hay tiempo para levantarse y por suerte sabe escuchar el sonido del despertador que le grita su fuego interior.

@martineta16