La mirada da una vuelta hacia atrás. Es inevitable mirar al pasado cuando las fechas se presentan como la historia viva que late siempre fuerte, que por esa fuerza que lleva en sus páginas hace que la sangre brote caliente. De aquellos años gloriosos, de esas jornadas épicas y llenas de gloria. De esas vueltas olímpicas repetidas, una y otra vez, hasta el cansancio. Hasta el mareo.

Aquel Clausura de 1996 tenía un significado muy fuerte. Era la idea de demostrar que la panza seguía haciendo ruido pidiendo comida, era la necesidad de hacerle ver a todos que Vélez quería seguir bien arriba, ganando todo lo que se le ponía por delante. Siendo el equipo al que todos querían ganarle. Un Vélez que tenía que demostrar que ese ciclo glorioso con Carlos Bianchi en el banco no estaba acabado; mucho más aún, cuando a pocas fechas del final, el mismo Bianchi le cedía la posta a Osvaldo Piazza porque la Roma de Italia había contratado sus servicios. Demasiada presión para un grupo que se alimentaba de ella y se hacía fuerte. 

De hecho, ese 1996 fue el año de la triple corona, con la Interamericana, Supercopa (la jugaban los Campeones de América) y ese Clausura. Fue el torneo de todos, fue el Torneo de José Luis Félix Chilavert. El arquero paraguayo agigantó aún más su leyenda en aquel camino de 19 jornadas, donde achicó el arco, donde rompió los que tenía en frente. La sutileza de su pequeño pie zurdo para darle una rosca fantástica ante el Mono Navarro Montoya en la goleada a Boca por 5 a 1 (hizo dos). La historia eterna de ese golazo de 60 metros al Mono Burgos, en el gol de todos los tiempos, en la victoria por 3 a 2 ante River también en Liniers. En esa estirada elástica, gigante, inolvidable ante Burruchaga cuando parecía que el título se iba para La Plata. El Chila se perpetuó aún más en la eternidad aquella tarde. En los hombros de un hincha, con los brazos en alto recibiendo el abrazo de toda una popular que se caía a sus pies.

Ese abrazo interminable, ese salto acompasado de Bianchi y Piazza en el final para celebrar con todos. Inseparables. Los que hicieron posible una vez más el éxito. El pasado y lo que iba a venir. Con Vélez siempre arriba.

Ese Vélez que agarró la punta del torneo en la fecha 13, tras la goleada a Boca y nunca más la abandonó. Ni siquiera cuando dos fechas más tarde, Bianchi se despedía de todos con los ojos empañados en una Amalfitani en penumbras que escondía las lágrimas del estadio entero. Con Piazza en el banco, se sostuvo la historia y fue quien continuó la gloria con aquella Supercopa en el segundo semestre. Ese abrazo interminable, ese salto acompasado de Bianchi y Piazza en el final para celebrar con todos. Inseparables. Los que hicieron posible una vez más el éxito. El pasado y lo que iba a venir. Con Vélez siempre arriba.

Fue un torneo de despedidas. No solo la de Bianchi. También se fue el gran Capitán Roberto Trotta, junto a Carlitos tras la victoria ante Colón. Aquella última fecha fue el adiós del Turu Flores, otro de los grandes ídolos del club. De a poco, cada despedida desde ese entonces, hablaba de una transición, que tardó en llegar, porque años más tarde fue Bielsa el que tomó las riendas y volvió a inyectar de hambre a un plantel exitoso.

El gol de Patricio Camps, agónico en Córdoba, fue la confirmación de que el grupo estaba vivo, que quería la gloria. Una vez más. Un Vélez que se coronaba Bicampeón, en los años donde el Fútbol Argentino, era VELEZ.