Fútbol

Mono comando

Matías Vargas explotó al máximo en la reciente Superliga. Vital para un Vélez que necesitaba sus monadas, el volante se calzó la generación y el vértigo al hombro para ser top asistidor velezano. Paradigma de un futuro que llegó hace rato.

Por Carlos Martino

En esta jungla futbolera criolla, ¿de qué árbol viniste, Mono?. Para pegarle una bofetada a ese axioma injusto de que los pibes que llegan a la primera de Vélez no llegan a consolidarse o no sienten pertenencia. Para gambetearlos a todos en ese milímetro de área donde para vos todo se mueve en slow motion, mientras que para otros, la desesperación por evitar el ridículo los acelera al ritmo de sus pulsaciones. Para meterte de lleno en el corazón sagrado del hincha que se esperanza en tu juego. Explícame, Mono.

Es que más allá de cualquier tipo de análisis o comparación para comprender este paradigma, el presente futbolístico de Matías Vargas en este Vélez ha superado todo tipo de expectativas. No porque no se esperaba este nivel individual que ha mostrado; sino que su crecimiento en el tiempo y sobre todo, en una etapa dura desde lo futbolístico, se mantuvo y encima se potenció al máximo.

Desde su debut en Santa Fe, allá por el 2015 hasta este 2018, se han sucedido innumerables situaciones en el camino y en su vida. La dura y siempre difícil adaptación a la máxima competencia, las exigencias de un Vélez que tenía apuro en sumar puntos en una situación alarmante, la presión que se potencia cuando sos un pibe y más aún surgido de la cantera. Todo atentando con su sueño de crecer en la máxima categoría de nuestro país.

Sin embargo, con su trabajo y con la cabeza bien metida en esta historia, el Monito dejó de ser diminutivo para ser el Mono. Cambió eso de ser una promesa, para ser una realidad. Una de las principales claves para su crecimiento fue la máxima auto exigencia que porta. En más de una ocasión, en entrevistas, se lo ha escuchado ser totalmente crítico con su juego (demasiado para el gusto de quien suscribe). Cuenta que a veces pierde muchas pelotas y que se ve impreciso en los últimos metros del campo. Tal vez sea necesaria esa presión para superarse la que lo lleve a estar cada día un poco mejor. Será que necesita de ese combustible para potenciar sus virtudes para ganarle la pulseada a sus defectos. Al punto tal, que sigue entrenando en la Villa Olímpica la semana posterior a quedar todo el plantel licenciado.

Dice que le cuesta disfrutar del fútbol, pero paradójicamente, hace disfrutar a todos con tan solo verlo contonear su figura detrás de balón. A lo mejor sea buena esa forma de autoreferenciarse, para  distinguirse de la media y para dejar ver su perfil bajo.

Habló de la V azulada en un nuevo aniversario y dijo "cómo vas a tener a la más linda y no besarla". Y es así. Su pertenencia es tan grande que en cada tanto alcanzado, cada vez que la pelota acariciada por su bota se acurrucó en la red; él llevó a sus labios el escudo. Porque siente y quiere al club que le dio la chance de esta aventura.

En esta Superliga, la de su consagración, sus números son realmente notables, los datos estadísticos que confirman su gran salto de calidad. Fue el jugador que más partidos disputó, con 25 sobre 27 juegos (un total de 2091 minutos). Aportó cinco dianas y quedó junto a Lucas Robertone como escoltas del goleador de Vélez, Mauro Zárate (8). Su rol de asistidor para asociarse con Zárate fue total. El Mono brindó 10 asistencias al equipo, uno de los mejores del torneo. Ahí también se ve claramente una muestra más de su perfil. Disfrutaba más facilitar un gol a anotarlo. No es hipocresía, es verdad. Además, entre goles y asistencias fue el que más chances creadas le dio al Fortín con un total de 57. Números fríos, que en la cancha él los hizo calientes. Números que lo llevaron a ser comparado con el belga Eden Hazard.

Los mercados encendieron las alarmas y las miras apuntan al Amalfitani. Mientras tanto, de pase en pase, gambeta a gambeta, de rama en rama, se disfruta verlo con la V en el pecho y la 26 a su espalda.