Fútbol

El Monstruo, la Leyenda, el Mito

José Luis Félix Chilavert González, nació en Luque, Paraguay, el 27 de julio de 1965. El grito guerrero con su nnombre que atronaba en todos los escenarios es sinónimo de Vélez. Fue amado y venerado por nosotros, y odiado y repudiado por el resto; sin matices.

José Luis Chilavert, talento, genio, figura. Icono ligado, soldado, amurado, y bordado con letras de oro al siglo de rica historia velezana.

El orden de aparición de estos emblemas velezanos no clasifica, ni califica; es azaroso. Desfilaran en sucesivas entregas, directivos, entrenadores y jugadores que marcaron camino y dejaron huellas imborrables?. Este fue el párrafo inicial de la saga, ?Pilares de una Institución Centenaria?, que comenzó junto con el arranque de este campeonato y que termina el año con este humilde reconocimiento a una bandera velezana insoslayable.

 

Mentí, amigo lector. Me arrogo el derecho de clasificar y calificar dictatorialmente-yo escribo estas crónicas-. José Luis Chilavert fue el más grande futbolista que disfruté en mis 42 años de vida. Uno de mis cuartos está tapizado por fotografías del personaje en cuestión. Según mi esposa, ?Sos un grandote boludo?, no me interesa. Dos cajones de mi mobiliario guardan recortes y videos con sus hazañas épicas, y su retrato fue cabecera de mi cama en variadas intervenciones quirúrgicas, ?No te da vergüenza traer esto a la clínica?, insistía mi señora.

 

Un ídolo es una imagen o un símbolo, material o imaginario, que es objeto de devoción fervorosa. Posee rasgos idealizados o fantásticos que le permiten realizar proezas extraordinarias y positivas. Por consiguiente, la idolatría es la veneración, amor, culto y adoración al ídolo. Tengo por ?Chila? todos estos sentimientos y conductas. No me acobardo, ni tengo pudor al afirmarlo.

 

José Luis Félix Chilavert González, nació en Luque, Paraguay, el 27 de julio de 1965.

Debutó en la primera división paraguaya en 1980, con tan solo 15 años defendiendo el arco de Sportivo Luqueño, y se consagró campeón integrando el plantel de Guaraní en 1984. Luego de un paso de tres temporadas por San Lorenzo de Almagro, fue transferido al Zaragoza de España donde permaneció hasta 1991; tras lo cual fue contratado por Vélez Sarsfield ante la sugerencia de Héctor Veira y el pedido del entonces entrenador Eduardo Lujan Manera. Rompió con el molde del prototipo de arquero tradicional, agregándole a la lógica función de evitar conquistas rivales, una precisa y potente pegada zurda que le permitió convertir una enorme cantidad de goles.

Vélez se transformó en su casa, lo cobijó y lo albergó entre el 1992 y el 2000, y le regaló una despedida acorde a su grandeza el 15 de noviembre de 2004 en un Amalfitani colmado. Su trayectoria en Liniers comprendió 262 partidos y 49 anotaciones. Resultó fundamental en la gloriosa década del 90 logrando los Torneos Clausura 93, 96, 98; el Apertura 95; la Copa Libertadores 94, la Interamericana y la Intercontinental el mismo año; la Supercopa y la Recopa Sudamericana en 1996. Fue distinguido con el premio al mejor guardavalla del mundo en tres oportunidades y recibió el galardón como mejor futbolista de América en 1996. Un monstruo.

 

Su itinerario fortinero tuvo un inicio dubitativo y se ensució con una equivocación. Aquella noche del 92 frente a Racing, un encuentro clave, se ?comió? el gol del Beto Carranza,-en la puta vida volvió a hacer uno parecido-, que nos marginó de la pelea por el titulo. No se amilanó, su personalidad avasallante no se lo hubiera permitido.

La cancha de Huracán fue testigo de un hecho que me marcó y que significó la génesis de mi admiración por él. La parcialidad cuerva lo ovacionó al ocupar el arco, y paradojalmente la tribuna velezana reclamó la presencia de su suplente, Juan Carlos Docabo. Miré incrédulo a mi cuñado, el ?Gordo Rubén?, y expresé en voz alta, ?Están todos locos?. El hincha, los hinchas, somos prejuiciosos y solemos equivocarnos. El hincha remedió ese yerro tributándole  amor sin mesura durante más de una década.

Fue el generador de mis mayores alegrías y satisfacciones dentro de un estadio de fútbol. Su presencia en la valla me trasmitía una tranquilidad y seguridad que nunca había experimentado. Su porte dentro del área producía el respeto y temor del delantero rival, y el agrande de sus compañeros. Poseía el don de la ubicación y el manejo de ?su lugar en el mundo? como ningún otro. Ordenaba a sus extraordinarios defensores con sus gritos desenfrenados y así se adelantaba a maniobras peligrosas para su arco.

 

Manejaba los tiempos del partido; sabía cuando acelerar y cuando frenar los ritmos en el desarrollo de un encuentro. Irritaba a los adversarios con sus demoras y colgaba sobre sus hombros con la presión en circunstancias y coyunturas difíciles. Vendía los partidos en la semana con su verborragia incontinente y descomedida, y provocaba que el nombre Vélez estuviera en la tapa de los diarios durante toda la previa. Los árbitros se atemorizaban ante su imponente presencia. Durante su etapa velezana, fue una espina, una cruz, un dengue insoportable para cuervos, gallinas y bosteros. Fue un profesional serio, concentrado, sin distracciones durante los noventa minutos, y preocupado por la mejora de sus genéticas e indudables condiciones y aptitudes. El primero en llegar y el ultimo en retirarse de los entrenamientos. Alguna vez, Carlos Bianchi, el técnico que le sacó mayor rédito, sostuvo convencido, ?Es el mejor profesional que dirigí en mi vida?.

 

La bisagra del Clausura 93, el empate frente a Lanús, fue el trampolín de su crecimiento en popularidad y protagonismo. Junto con el Cabezón Trotta tomaron la lanza y se hicieron dueños de una formación que parecía flaquear. Su influencia y su temple ganador contagiaron a sus compañeros.

 

El 8 de junio del 93, parió la leyenda. Su primer gol en la Argentina coincidió con el segundo titulo de Vélez en el profesionalismo. Una ilusión postergada veinticinco años se hacia realidad. Y esa semilla, plantada esa tarde fría y lluviosa en cancha de Estudiantes germinó. Y sus brotes provocaron la fascinación y el éxtasis de los aficionados velezanos, y la insana envidia de nuestros adversarios.

Y Bianchi, generoso y conocedor de sus virtudes, le brindó la posibilidad, el escenario y los actores adecuados para que asumiera un rol estelar. Y ?El Paragua? no lo decepcionó. Y cruzó la cancha para someter con un tiro libre majestuoso a Pontiroli, desatar la locura y transformarlo en héroe. Y lo sufrió dos veces el Mono Navarro Montoya en esa velada mágica e inolvidable del 5 a 1. Y ejecutó el gol mas maravilloso que presencié como espectador en una cancha de futbol, aquel que le convirtió a Burgos, bajo la garúa incesante, desde casi 60 mts,- recuerdo que con la pelota en el aire exclamé asombrado un, ?Que hi-jo-de-pu-ta?, silabeado y entrecortado mientras el balón volaba hacia un destino irremediable, el fondo de la red; y los miles de fortineros ubicados en la popular extendieron hasta el infinito el grito de gol-. Y le metió tres a Ferro. Todos los equipos de primera división lo padecieron. Y generó duelos inolvidables con futbolistas e hinchadas antagonistas. Fue un grande, el más grande, determinante y decisivo desde su posición en la cancha como ninguno.

 

Un ídolo que me hizo dejar de lado el chauvinismo, y gritar con el alma un gol que con la rojiblanca le clavó a la Selección Argentina; ?Estas loco y enfermo?, sugirió mi mujer. El que me hizo transpirar como testigo falso durante la heroica resistencia ante los franceses en el Mundial del 98. Confieso, que muchas veces iba a la cancha solo para verlo, para esperar que la tocara e inventara algo distinto, diferente. Nunca falló en las instancias críticas y cruciales. ¿Cometió errores?, los ídolos no se equivocan y siempre busqué justificaciones o excusas convincentes para cada uno de ellos.

 

?El fútbol es como la guerra, es competencia, rivalidad. Utiliza sus elementos de coartada como la defensa, el ataque, la táctica, la estrategia, y les agrega plasticidad y belleza?, sentenció el prestigioso escritor peruano Cueto Caballero en su visita a nuestra Institución. Chilavert, secundado por notables soldados, fue el comandante en las gloriosas batallas que empacharon de victorias y éxitos al famélico aficionado velezano, que contagiado por su espíritu triunfador, se adueño de su apellido como estandarte bélico resonante en todos los estadios del país.

 

El grito guerrero, ?Chilavert, Chilavert?, que atronaba en todos los escenarios, fue y es, sinónimo de Vélez. Fue amado y venerado por nosotros, y odiado y repudiado por los simpatizantes del resto de los clubes; sin matices. En la intimidad, sin embargo, la mayoría de estos admitían su fascinación genuina por el gigante arquero fortinero.

 

José Luis Chilavert, talento, genio, figura. Icono ligado, soldado, amurado, y bordado con letras de oro al siglo de rica historia velezana.

 

Gabriel Martínez.