Cultura

LA DISCULPA

Difundimos un nuevo cuento que ha participado del Concurso Literario organizado por el Departamento de Cultura. Saludamos a los autores que premiados o no, han jerarquizado esta actividad. Hoy compartimos ?La disculpa? Autor: Juan Manuel Gallardo Morales Seudónimo: GEN.

Difundimos un nuevo cuento que ha participado del Concurso Literario organizado por el Departamento de Cultura. Saludamos a los autores que premiados o no, han jerarquizado esta actividad. Hoy compartimos “La disculpa” Autor: Juan Manuel Gallardo Morales Seudónimo: GEN.
 

La disculpa

“Ahí, está para darle Insúa. ¡Golazo! (¡Qué golazo!). Goooooool… Sí, sí, sí, sí, sí, sí, de Vélez. Goooooolaaaazo de Vélez, tremendo golazo del Pocho, lo hizo Insúa, sí, y ahora, y ahora Vélez en catorce, le gana a Boca a domicilio, uno a cero”.

Ella reprodujo el video de aquel gol de tiro libre una y otra vez. Miraba y disfrutaba de aquel instante deportivo que colmó en ilusión a su corazón fortinero. Decidió apagar el televisor y se levantó del sillón, dejando caer casi una veintena de libros que intentaban explicar cómo los humanos debían aprender a disculpar. Cayeron además dos pastillas que le sobraron, de las que no se había percatado, quedaron en su ropa.

Ya de pie, caminó descalza hacia su habitación y sacó de una caja de zapatos repleta de papeles, un par de retazos de hojas, como si se tratara de restos de una agenda utilizada como diario, que le había quitado a él de sus pertenencias cuando lo visitó en Cuyo por última vez y las colocó sobre la mesa de luz.

Unos segundos después de aquella acción, tomó un portarretratos y admiró la fotografía de un joven que lucía una camisa de tonos blancos y le obsequiaba a quien lo miraba, una sonrisa genuina y sentida, tal vez la mejor, quizá la preferida por ella.

La muchacha dejó caer una lágrima largamente contenida y tomando las hojas, concentró su vista en las letras y leyó lo que en su conjunto expresaban:

“Caminé por la coqueta y siempre llamativa Hernando Siles, era una de esas noches agradables de cielo limpio, un poco atípica, a sabiendas de que a la brevedad, el invierno se haría presente. Me vi por momentos minúsculo en medio de tantos transeúntes, como la nada propia en la inmensidad de una ciudad perfectamente bella.

Me detuve a comer del sabroso picante de pollo que la María preparaba en su sencillo restaurante, y entre risas y comentarios, se pasó el tiempo, por lo que decidí seguir mi marcha.

De corajudo, me fui hasta la Oruro y en alguna esquina, en un diminuto rincón con sabor a igualdad,  me apresuré a ingresar.

El sitio se colmó de entusiastas participantes. Las luces en variados colores, imponían su brillo y estampa sobre las paredes, el piso y un techo rústico.

El ritmo musical retumbaba y con algarabía bailaban los que se dieron cita en aquel lugar levemente vistoso.

De pronto llegó una de esas personas capaces de conmoverte a simple vista: sus rasgos latinos, su  mirada profunda y penetrante, alguna mueca invitando a permanecer cercanos, lograron acapararme.

Me invitó a bailar, la cumbia argentina se impuso a la hora de generar clima festivo y fue Gilda quien sonó con un tema siempre vigente en Bolivia: ´Se me ha perdido un corazón´. Las palmas y las manos en alto se sumaron a la locura momentánea de los presentes, quienes coreábamos: ´… Por eso hoy quiero brindar, por los fracasos del amor..´.

Una paceña y dos potosinas apaciguaron nuestra imperiosa sed nocturna. De la barra, partimos al patio. Allí, decidimos compartir un cigarrillo. Entre pitadas, le hablé maravillas de su líder; Evo. Por mi tonada, había pensado que yo era chileno. -¡No!- le dije, para agregar: -Pasa que soy mendocino…

Y me sonrió, expresó su admiración por Perón, por Evita. Improvisamos algún verso de Cortázar, le dije que lo que menos me agradaba de Francisco, era su fanatismo por el cuervo.

Recorrimos de modo imaginario ésta  bendita América Latina.

Me emocioné al saber donde había cursado sus estudios, es que los salesianos también están en Sucre.

Nuestros ojos brillaron, sonreí por octava vez y fue en la novena que nuestros labios se fundieron como gesto de hermandad. ¡Ah! Las manos inquietas, los dedos en los rostros, acariciándonos, mientras las estrellas nos alcanzaban y el frío repentino nos obligaba a permanecer abrazados, brindándonos calor.

Saqué mi celular para comprobar el horario, teniendo en cuenta que había una hora de diferencia, aunque yo desde que crucé la frontera nunca la modifiqué. Miró la imagen de mi protector, preguntó: - ¿Eres de San José? Fijando mi vista en el generoso caudal de particular belleza que irradiaban sus ojos oscuros, le conté: -Claro que no. Soy de Vélez Sarsfield. –¡Sí! Vélez, conozco de tu club. Yo sigo a Universitario.

Y finalizado el diálogo, volvimos a entrelazarnos, comprendiendo finalmente que debíamos despedirnos.

Decidimos apartarnos cuando reconoció la presencia de un conocido en el local bailable. El último beso duró apenas unos segundos y nos fuimos alejando hasta que las manos se soltaron. Vi como se colocaba una sensual y particular bufanda para combatir el fresco aire proveniente del Sur, en esa jornada otoñal.

Caminé de nuevo, regresé al hostal intentando entibiar mi cuerpo frotándome con las manos. Percibía la baja temperatura… y yo de camisa apenas, sin campera, sin abrigo. 

Miraba el celular intentando saber algo de mi Argentina, pero era en vano. Los mensajes de texto no llegaban, internet no funcionaba, por mi línea telefónica, el extranjero es así y eso del roaming internacional es pura huevada.

Así es que nada sabía del partido, de la familia, ni de si aquel enojo coterráneo había cesado. Es que temprano había dejado todo en mi cuenta personal, en un ciber.

No había cambiado dinero, me quedaban pocos bolivianos. Debía retornar a mi país. La altura y mi chagásico suplicio me estaban jugando en contra…

Pero me agradaba el saberme libre, pues como todos soy un amante de la libertad.

Mendoza ya no es para mí, aunque he de llevarme para siempre el aroma de las uvas, la magia de la Vendimia, de las viñas a los pies de las montañas, pero éste es otro tiempo, al menos en mi vida; la que yo he elegido.

Sé que en Buenos Aires, me esperan con mates amargos, con los mismos ideales, con el anhelo de algo eterno y sin estructuras.” 

Culminada la lectura, ella arrugó las hojas confundiendo en partes el texto escrito con birome azul.

Corrió hacia el comedor y allí, en una mesa, lucía prendida una vela que iluminaba a Don Bosco y a una de las tantas advocaciones marianas que existen.

Rezó, como pidiendo un milagro. Era de esas católicas no practicantes, pero alocadamente creyentes. Rezó, acariciando las cuentas del rosario que le colgaba del cuello. Rezó y comenzó a percibir la pesadez en sus ojos. Decidió dar un beso a las imágenes para finalizar la oración y persignarse.

Regresó a su habitación, sacó de un ropero la vieja camiseta de Vélez Sarsfield que él le había regalado, se puso la casaca y prendió el equipo de música, buscando una pista de su cd: la canción de Gilda, y bailó hasta que el teléfono sonó para interrumpirla. Pulsó pausa.

-Hola- dijo, tímidamente.

La voz, del otro lado, logró que a ella se le iluminara el rostro, y cuando el coloquio alcanzó los tres minutos, decidió quitarse el rosario y sostenerlo, para después apretujarlo fuertemente y llorar al oír, lo que él le comunicaba: 

-En una semana viajo a Buenos Aires. Podríamos salir a bailar, caminar por la Avenida de los Italianos y repetir lo de aquel beso apresurado en el Río de la Plata, o lo de aquel otro, cuando Insúa le clavó ese golazo a los bosteros, pero esta vez quiero besarte mientras vemos al fortín. ¡Sí!, en el Amalfitani, y con suerte gritar juntos un gol de nuestro amado y afamadamente humilde Vélez Sarsfield.

Y si hay rencores, los olvidamos. Y si hubo errores, aprenderemos con el tiempo a disculparnos.

Ella no respondió. Los ojos cada vez le pesaban más. Colgó, sonrió, quitó pausa y subió el volumen. Bailó y cantó a gritos, sabiendo que en cualquier momento se dormiría, o quizás, y peor aún, desde ratos, ya lo estaba:

-“Se me ha perdido un corazón, si alguien lo tiene por favor, que lo devuelva”.

Juan Gallardo Morales.