Institución

Gracias por tanta Alegría

Carlos Bianchi nació el 26 de abril de 1949 en el seno de una familia de clase media. Su presentación en primera división se produjo el 23 de julio de 1967. Después la historia le pondría el buzo de entrenador y con él puesto, llevaría a Vélez a pasearse por todo el mundo.

La expectativa era enorme. La incertidumbre inmensa. El retorno del goleador luego de su exitoso paso por Europa generaba discusiones y disensos. Mi barra de la esquina era prejuiciosa-como todo hincha-, y pesimista. ?Vuelve a robar?, comentaba Pablo; ?Está todo roto? afirmaba ?La Pepo?, el resto apoyaba estas afirmaciones sin sustento, ni fundamento alguno. Yo era su único defensor. Tenía 14 años y necesitaba un ídolo, un emblema, y él, reunía todos los antecedentes y una trayectoria irreprochable para convertirse en mi referente futbolístico. Aquel domingo mi prestigio analítico ganado a fuerza de lecturas de libros, periódicos y cotidianas escuchas de programas deportivos se ponía en juego. Mi opinión era objetada y la oposición a ella era unánime.

Nos juntamos antes de lo habitual y no se cual era la razón por la que elegíamos siempre la misma ubicación-si era cábala no daba resultado-, en la Popular Oeste. La cancha reventaba. El rival era Racing, no importaba demasiado. El rol estelar de la tarde estaba en los pies de un hijo pródigo. Carlos Bianchi, el que la paraba de pechito y la metía en un rincón, volvía a vestir la camiseta de Vélez.

 

Cuando su figura asomó y pisó el césped del Amalfitani, recibió una ovación conmovedora, interminable, inolvidable. No había dudas, estaba en su casa.

Su apariencia física difería bastante del modelo de deportista de élite. Desgarbado, levemente encorvado, melena enrulada que no disimulaba su pronunciada calvicie, piernas extremadamente delgadas, rodillas pegadas que semejaban ?chuequera?, y un movimiento de brazos poco ortodoxo y antiestético al correr. Su imagen corporal era la de un ex jugador. Irrespetuoso ?El Galo?, me miró y me dijo, ?Es un cachivache?. Me calenté, lo mandé a la mierda, y no le hablé en el devenir del encuentro.

 

Elevé una plegaria interna en la previa al cotejo, Me sentía nervioso y presionado como nunca. Carlitos jugaba un partido horrible, flojo, ni la tocaba. Sin pronunciar palabra, miraba de reojo a mis amigos y adivinaba la sonrisa maquiavélica e irónica de ellos ante lo que significaba un fracaso. El equipo, dirigido por Jorge Solari perdía dos a cero y descontó Larraquy. De repente sucedió lo esperado por mí y lo imaginado por todos. La pelota sin dueño en el área, la aparición del oficio, de su olfato de artillero impiadoso, y el balón dormido en la red para decretar el empate transitorio. Respiré aliviado, desahogado. No conté hasta diez, grité el gol con el alma, me di vuelta, vi que mis amigos festejaban, y los mandé a todos a la puta que los parió. ?El Pelado? nunca defraudaba y el futuro iba a dar sobradas pruebas de ello.                                            

 

En el recorrido de vuelta a casa, agrandado, reflexionaba y reclamaba paciencia para explicar su rendimiento, ?Le falta ritmo? o ?No se conoce a fondo con sus compañeros?, eran mis prudentes conjeturas. Se cansó de hacer goles. Sin ser dueño de una virtuosa pegada los hizo de tiro libre aprovechando distracciones y sin esperar la orden de los jueces; de cabeza, de derecha, de zurda, lindos, feos. Según su lógica interpretación todos valían uno. Mi frágil memoria recuerda sin embargo hitos perdurables. Su gol a Boca que abrió un 3-1 memorable-, toque sutil de derecha ante la salida del Flaco Rodríguez, a unos 25mts del arco, en posición de diez-. Su conquista ante Huracán, con corte de manga incluido, desatando la ira contenida por el hostigamiento de los simpatizantes quemeros y que culminó con una visita a la Comisaría por incitación a la violencia. El codazo a Mouzo en la Bombonera, equivocando el destinatario-era Ruggeri quien lo había molido a patadas-, una demostración del coraje y la guapeza que desplegaba en la cancha. Y su emotiva despedida, que conjugó las lagrimas velezanas con el sorprendente, inesperado, e irrepetible reconocimiento de la hinchada xeneixe-hoy impensable-ante un futbolista adversario.

 

Fue el primer optimista del gol. Su itinerario como jugador merecería una película. Su experiencia en Francia cosechó grandes halagos y duros sinsabores,-accidentes, graves lesiones, severas operaciones-, que erosionaron su físico maltrecho, obstáculos de los que se repuso con voluntad granítica. Fue el arquetipo del centrodelantero de área, goleador temible, rápido, certero, concentrado y serio. También ante la solicitud de algún técnico, que no lo incluía entre sus preferidos, supo retrasarse y lució ribetes de su juego desconocidos-sus cambios de frente de 50 mts eran deliciosos-, pero nunca renegó de su lugar en el mundo, el área. Tenía el gol entre ceja y ceja.

 

Carlos Bianchi nació el 26 de abril de 1949 en el seno de una familia de clase media. Su presentación en primera división se produjo el 23 de julio de 1967. Integró con escasa participación el plantel campeón de 1968. Transferido al Reims de Francia en 1973, su valija cargaba la impactante cifra de 121 tantos anotados con la V en el pecho. El exilio Francés no detuvo su cosecha, fueron 176 las redes infladas con las casacas del Reims, el Paris Saint Germain y el Racing de Estrasburgo. Solo Delio Onnis y Just Fontaine lo superaban. En su retorno al país, sumó 85 ?pepas?, alcanzando las 206 anotaciones que lo consagraron como uno de los diez cañoneros mas importantes en el profesionalismo. En tres ocasiones resultó goleador en los certámenes locales y en cinco oportunidades máximo goleador de la Liga Gala. Adornan sus vitrinas dos Balones de Plata y uno de Bronce. Es el 8? mayor anotador de primera división del mundo de todos los tiempos, por encima de glorias como Alfredo Di Stefano. Colgó los botines en los vestuarios del Reims en 1985. Sus logros como entrenador no opacaron sus méritos como futbolista, quizás fue el periodismo el que no le brindó el brillo que merecían.

 

La expectativa era enorme. La incertidumbre inmensa. Su curriculum de entrenador no deslumbraba. Su desconocimiento del medio generaba dudas. Un reconocido analista deportivo lo tildó de antiguo y demasiado clásico cuando en sus primeras declaraciones reclamaba wines, y pronosticó un futuro de escasos triunfos; un visionario.

Fui a la cancha de Español con la reiterada ilusión a cuestas. Fue victoria por 2 a 0, acompañada de una demostración de futbol convincente. Dudé, perdóname Carlitos. Manifesté persuadido, ?No jugamos con nadie?. Sin embargo, los triunfos se sucedían. El equipo jugaba lindo y bien. Bassedas, Pico y Basualdo, movían los hilos con velocidad y precisión. El partido ante Lanús, en cancha de Independiente, fue un quiebre en el torneo. Esa noche surgió el brillante estratega escondido en el traje de entrenador. Todos los años perdíamos ese tipo de partidos. El tropezón de River obligaba a no dejar puntos para sacar chapa de candidato. El desarrollo era duro, áspero, y la derrota parecía inminente. Quemó las naves, Trotta de punta, Pellegrino al césped para aprovechar la altura, debut de Posse para abrir la cancha. El empate del ?Cabezón? a poco del final me convenció que el titulo no se podía escapar. Ese martes de invierno, junto a mi cuñado-el Gordo Rubén-, dejé mi casa a las 10 de la mañana. Abordé el tren en Constitución a las 11 en punto. Tardó cuatro horas en cubrir el trayecto a La Plata-el ferrocarril en período menemista ya funcionaba mal-. Había aguardado 27 años ese día. No podía estar ausente. Me mojé todo, me cagué de frío como nunca en los tablones de la tribuna que da espaldas al viejo Colegio Nacional. La ejecución impecable del penal por parte de Chilavert desató la locura, la tensión contenida casi tres décadas. La bomba de Claudio París y la decisión de la AFA de disputar más tarde el partido de Independiente me dejó caliente como panza de parrillero. La obtención del campeonato me generó una felicidad desbordante pero un sabor agridulce-mi deseo o capricho personal era ver al equipo campeón en cancha-. Un año mas tarde, el 31 de agosto de 1994, fecha agendada en mi memoria como un cumpleaños más, viajé a San Pablo. Mi voucher indicaba la 14.20 como horario de partida del vuelo, el avión despegó a las 19hs-las líneas aéreas también funcionaban mal-. Ingresé al Morumbí a los 20 minutos del primer tiempo. Me asustó el marco, nuestro aliento permanente era insignificante ante los cien mil aficionados brasileños. Esa noche épica surgió el brillante táctico escondido en el traje de entrenador, cinco defensores en el fondo para cubrir mejor los espacios en esa gigante estancia. El brutal zurdazo de Pompei en la definición por penales me paralizó, las lágrimas brotaron espontáneamente, la felicidad era completa. Vélez daba la vuelta olímpica en la cancha, terminado el partido. Mi capricho se concretaba, mi sueño estaba cumplido. Otra vez, ?El Pelado? no me defraudaba.

 

Se cansó de ganar. Se acostumbró a hacerlo. Clausura 93 y 96, Apertura 95, Libertadores, Interamericana, Intercontinental ante el Milán. Su despedida del Club convocó una multitud y resultó un evento mágico, diferente, como es usual en Vélez Sarsfield.

 

El profesional nunca defraudó. Los que minimizaron su trabajo sostenían que era propietario del celular de Dios. De ser así, pagó su abono religiosamente con el profesionalismo, la responsabilidad, el esfuerzo, la convicción y la disciplina heredadas de su padre Amor en la parada de diarios; con el respeto inclaudicable ante sus dirigidos; con la simpleza y sencillez para trasmitir indicaciones, ?En vez de darles diez ordenes a mis jugadores para confundirlos, les doy una para que la puedan cumplir?, afirmaba; con su perfil bajo y ajeno a escándalos faranduleros; con la subordinación individual a los intereses del grupo; con el precepto de nunca subestimar al rival pero tampoco sobredimensionarlo; con la defensa de los intereses y el cuidado del fisico de sus subordinados; con la trasmisión de confianza y de ese modo quitarle dramatismo a los momentos de tensión; con su capacidad y aptitud para el manejo y la conducción de un equipo de fútbol; con su autoridad sin autoritarismo; con su optimismo ajeno a la desmesura.

 

Fue el líder indiscutido de la etapa deportiva más gloriosa. El que acabó con años de frustraciones. El que inyectó su mística de goleador implacable al plantel más exitoso en nuestros cien años de historia. Ocupa un lugar privilegiado en el Olimpo Velezano. Carlos Bianchi, Virrey de Liniers, gracias por tanta alegría.

 

Gabriel Martínez.